No sé qué imagen proyectamos al manifestar afectos y sensibilidades varias por según qué noticias, pero qué queréis que os diga, a mí no me ha emocionado la boda de la duquesa de Alba y no pienso ojear la revista Hola que, según he leído, dedica a este magno evento la friolera de 75 páginas de papel cuché. Tampoco me ha conmovido especialmente la muerte de Steve Jobs, cofundador de Appel, al que no pocos consideran más que un Edison moderno. Y esto último puede parecer una ingratitud con este señor porque ningún ordenador me ha despertado tanto afecto como aquel pequeño Macintosh y dudo que haya artilugios que me enganchen tanto como el iPad actual. Lo cortés no quita lo valiente, a la duquesa y al nuevo duque consorte les deseo mucha felicidad y a Steve Jobs que descanse en paz.
Menos páginas está ocupando la celebración del 500 aniversario del nacimiento de Miguelo Servet, pero yo, y sin ánimo de provocar, sí quiero dedicarle unas líneas, aunque sólo sea a título de recordatorio. Se lo merece.
Miguel Servet, (1511-1553), quizás el aragonés por el que siento más admiración, además de descubrir la mecánica de la circulación de la sangre, que no es poco, representa un modelo ejemplar de intelectual en tiempos aciagos para el ejercicio de semejante menester. Servet defendió la libertad de expresión y fue un precursor de la tolerancia y pionero de una forma de pensamiento político, que hizo suyas la Ilustración, y que conducirán a la democracia moderna.
A Miguel Servet, aunque ha costado, ya nadie le niega haber sido una especie de adalid de la tolerancia y de la libertad de conciencia. Decir hoy que cualquier persona tiene derecho a seguir su propia conciencia y a expresar su opinión personal está más que asumido y, salvo lamentables excepciones, no acarrea más consecuencias. Manifestar en el siglo XVI que todo lo que puede ser pensado, puede ser dicho, discutido y hecho era, como mínimo, temerario. Mejor dicho, suicida...
Miguel Servet se convirtió en un experto conocedor del griego, del hebreo, del francés, del italiano y por si todo esa bagaje fuera poco, escribía en latín, la lengua franca de la época. Le tocó vivir un momento intelectual caracterizado por los debates bíblicos, las traducciones y versiones de los antiguos, que no era otra cosa en el fondo que la discusión sobre la vida, la fe y las creencias de la época en continua controversia.
Todo resulta fascinante en este personaje, su valor, su inteligencia, su cultura científica, teológica y humanista... Ejerció de médico durante años, huyendo de las ortodoxias católicas y protestantes, porque le tocó vivir los años borrascosos de la Reforma luterana y calvinista, y la Contrarreforma.
A diferencia de Erasmo, también enfrentado con católicos y protestantes, que supo ser prudente ¿o cobarde?, Servet pecó de ingenuo u osado, pero su arrojo en la defensa de sus ideas y la creencia de que el debate entre personas inteligentes no tenía límites le provocaron enemigos acérrimos tanto dentro de la ortodoxia católica como de la calvinista. Fruto de ello fue doblemente llevado a la hoguera, primero, en efigie, por los católicos en la ciudad francesa de Vienne y luego en carne y hueso, 27 de octubre de 1553, por los calvinistas suizos. La saña de los calvinistas llegó a tales extremos que pusieron lecha verde para que durara más la agonía.
Su muerte no fue baldía. Afortunadamente. Un pequeño núcleo de humanistas e intelectuales protestantes, reunidos en Basilea, acabarán reconociendo que Servet se les había adelantado en varios textos e insistido en el derecho de toda persona a adherirse a la religión que su conciencia le indique y a exponer sus ideas con libertad. No la fuerza, sino la discusión es la mejor arma de todo pensamiento. Este principio se fue abriendo camino lentamente, hasta llegar a empezar a triunfar con la Ilustración. Hoy, gracias a la originalidad y el valor de Servet, constituye la base de convivencia de todos los pueblos civilizados. La trágica muerte de Servet generó la conocida reflexión del también hereje Sebastián Coastellio: “Matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre”. Históricamente hablando, Servet murió para que la libertad de conciencia se convirtiera en un derecho civil en la sociedad moderna.
En 1903, un grupo de calvinistas ginebrinos erigió un monumento al médico aragonés en la colina donde éste había sido quemado. En el texto que figura en la placa metálica se reconocen los valores de aquel personaje extraordinario ejecutado erróneamente y también se pone de manifiesto la intención expiatoria de tal monolito. En España, aunque tarde, también se le valora, pero todavía se está muy lejos de hacerle la justicia que se merece.
Síntesis de lo que fue Miguel Servet está reflejado en el monumento erigido en Annemasse (el pueblo francés más cercano a Ginebra) en su honor. En sus cuatro caras se lee, entre otras cosas:
“Miguel Servet, helenista, geógrafo, médico y filósofo, debe ser apreciado de la humanidad por sus descubrimientos científicos, su abnegación en favor de los enfermos y pobres, y la indomable independencia de su inteligencia y su conciencia”.