Es sabido que Fernando de Magallanes consiguió comunicar en 1520 los océanos Atlántico y Pacífico y fue quien bautizó a estas tierras con el nombre de Tierra de Fuego, probablemente refiriéndose al fuego que congregaba a los habitantes autóctonos llamados “yámanas” y “kawésqar” y que aprovechaban los recursos marinos desplazándose sobre canoas ligeras. Estos indígenas serán exterminados casi en su totalidad por los primeros colonos criollos y europeos que decidieron que aquella tierra era suya hacia 1880.
De la provincia de Tierra del Fuego me han quedado recuerdos imborrables que posiblemente se deban en gran medida a la singularidad de su ubicación, la más austral del mundo. La fascinación, la magia y la sugestión que ejerce este hecho es compartida por muchos de los visitantes. La sensación más palpable y que lo invade todo es la calma. El carcajeo de las gaviotas de la bahía de Ushuaia que avanza hacia el poniente no la altera para nada. Ni la nieve, ni la lluvia, ni la bruma, ni el sol que se suceden a lo largo del día consiguen alterar ese sosiego y esa laxitud que lo impregna todo, hasta lo más profundo de tu ser.
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Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, resulta peculiar y extraña. Me cuentan que muchos intelectuales bonaerenses han intentado retirarse allí y pocos han conseguido permanecer. La soledad, el silencio y el viento gélido pueden desesperar o cautivar. Sin embargo, el paisaje es impresionantemente conmovedor y místico: mar, bosques, lagos, glaciares, ríos, montañas, todavía andinas, pueblan el entorno de esta ciudad ubicada en una bahía sobre el canal de Beagle.
Hace 200 años, el naturalista Darwin desembarcó en estas tierras australes salvajes que recorrería a caballo o en bote hallando a los aborígenes, a los que dibujó con sus perros, chozas, canoas; luego fueron los pingüinos, cormoranes, lobos marinos...Y lo más sorprendente es que mucho de lo que plasmó en sus dibujos sigue igual.
Hoy me limito a mostrar algunas imágenes tomadas desde el catamarán que se desliza plácido por el canal de Beagle y desde el Tren del Fin del Mundo, antaño, tren de los presos. A principios del siglo XX se construirá en Ushuaia un presidio de alta seguridad que estuvo en servicio entre 1902 y 1947. Convertido actualmente en el Museo Marítimo y del Presidio es una visita obligada para el viajero. Entre otras curiosidades, el presidio contaba con la línea de ferrocarril más austral del mundo, que conducía a los penados desde él a los campos de trabajo situados en lo que actualmente es el Parque Nacional Tierra del Fuego. (Este tema da para otra entrada)
El tren de los presos hace más de un siglo
El Tren del Fin del Mundo, hoy
Islas de pájaros
Elefantes marinos
Vista de Ushuaia, entre la bruma, desde el barco
El legendario Faro del Fin del Mundo
Cementerios de árboles (talados por los presos de Ushuaia hace más de un siglo)
Los castores son conocidos por su habilidad natural para construir diques en ríos y arroyos y sus hogares —llamados madrigueras— en los estanques que se crean a causa del bloqueo del dique en la corriente de agua. Para la edificación de estas estructuras, utilizan principalmente las ramas de los árboles que derriban con sus poderosos incisivos. A pesar de la gran cantidad de árboles que talan, los castores no suelen perjudicar el ecosistema en el que viven, por el contrario, lo mantienen saludable, pues sus diques proveen una gran cantidad de beneficios; entre otras cosas, estas barreras propician la creación de humedales, ayudan a controlar inundaciones y eliminan contaminantes de la corriente.
Entrañable familia de patitos
Ingenieria de los castores: diques, madrigueras, árboles sin ramas...