Siempre he tenido pasión por los árboles. Hasta presumo de ser de los pocos que han escrito una larga carta a uno, conocido por el nombre de Pino de Cobatillas. Por eso, camino de Monte Albán, una de las primeras ciudades de Mesoamérica, es obligado detenerse en el pueblo zapoteca de Santa María de Tule, a pocos kilómetros de la ciudad de Oaxaca. Hay razones muy poderosas para recalar en este pequeño pueblo...
Al lado del moderno Palacio Municipal se halla el recinto de la Iglesia y del Árbol de Santa María de Tule, objeto de nuestra visita. Una niña nos está esperando para ejercer de guía del famoso sabino, el árbol más grueso del planeta y uno de los más longevos. Su perímetro alcanza los 58 metros y serían necesarias más de 30 personas con las manos entrelazadas para poder abarcar su tronco. Bajo su sombra caben aproximadamente 500 personas...La iglesia de la Misión, en cuyo recinto cerrado se halla el árbol, parece minúscula a su lado. La impresión de gigantismo no se debe tanto a la altura como a la circunferencia de su ramaje en forma de hongo que corona el desmesurado tronco. Un visitante, con caídos espejuelos quevedescos y que consulta un libro con avidez, nos dice que Humboldt viajó especialmente a este lugar para visitar este prodigio de la naturaleza hace casi doscientos años...
Llamaré Rosarito a la niña-guía y ocultaré sus ojos con una breve pincelada porque no me gusta mostrar su identidad en estos medios. Hubiera querido cubrir su mirada con un bonito antifaz o con una máscara veneciana, pero mis conocimientos del Photoshop son muy limitados... Rosarito, con su uniforme oficial de guía, lleva un espejo para proyectar la luz solar sobre toda esa suerte de figuras que se forman en la rugosa corteza de este portento de la naturaleza que de ninguna manera puede ser abarcado en su totalidad de una simple ojeada. Rosarito enfoca su espejo con gran precisión y una variada gama de figuras caprichosas y mágicas, que pasarían desapercibidas sin sus indicaciones y relatos, - el elefante, el cocodrilo, el pez, la melena del león, la casa de los duendes... – se vislumbran con más o menos clarividencia sobre esa dura y arrugada corteza del añoso y desmesurado tronco... Rosarito, un tanto intimidada por las cámaras de vídeo y digitales, recita de memoria unas frases alusivas a tales figuras que siempre acaban con el mismo estribillo: ¿Ya lo vieron? ¡Síganme! Como Rosarito hay varios niños más de esta localidad que desempeñan esta función de guías y que repiten las mismas frases como si estuviese calcadas.
Al terminar el recorrido circular, Rosarito nos muestra un bolsito que lleva en la cintura bajo la chaqueta del chándal y todos, sin excepción, depositamos unos pesos. Rosarito, me dicen, tan solo tiene 7 añitos. Y ya maneja dinero...
Es inevitable la reflexión sobre el trabajo infantil. Según me dicen, la labor de estos niños de Santa María de Tule es privilegiada y además es compatible con la asistencia a la escuela en el turno de la mañana o en el de la tarde. En los lugares turísticos los niños que ofrecen objetos artesanales son multitud y me temo que pocos asisten a las clases. En México se calcula que más de tres millones de niños en edad escolar trabajan, sobre todo en el sector agropecuario. Es conocida la falta de voluntad del Estado Federal para abolir el trabajo infantil ya que es el único país de América Latina que no ha ratificado el Convenio 138 sobre la edad mínima de admisión al empleo. También incumple con el Convenio 182 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que busca “prohibir las peores formas de trabajo infantil y emprender una acción inmediata para su eliminación”
Una persona se une a esta tertulia improvisada, ya fuera de la Misión de Santa María de Tule, y dice que estas costumbres vinieron de Europa. Durante la época de la colonización española los niños indígenas eran explotados para extraer la plata y el oro de las minas tanto en México como en Perú. Estos niños, añade, una vez lograda la independencia, llevarán a cabo las tareas más ingratas en el medio rural, en el minero y en la incipiente industrialización del país, así como en los vertidos de basura. Cuando le digo que ese capítulo pertenece a la historia pasada donde la explotación de los niños estaba generalizada en todos los ámbitos – le pongo el ejemplo del Lazarillo de Tormes - y que ahora nos hallamos en el siglo XXI, el mencionado contertulio, que viene monopolizando el uso de la palabra, manifiesta que mientras la economía no mejore y la pobreza siga reinando en los campos y en los barrios marginales de las ciudades la explotación infantil está muy lejos de desaparecer... Uno que tercia en la conversación añade que tampoco hay que dramatizar, “Está demostrado que los niños que trabajan desde la infancia se espabilan y maduran más”. Y otro añade: "Lo ideal es que vayan a la escuela y trabajen también". Pero nadie concreta a partir de qué edad...
(TV Mexicana)