Sobre el Mayo del 68 se ha escrito mucho y de todos los colores. Predominan dos líneas antagónicas y muy distantes entre sí: la de los que lo idealizan románticamente dándole más relevancia de la que alcanzó en la realidad y la de los que lo desmitifican hasta el extremo casi de negar su existencia y, por supuesto, su incidencia social. Curiosamente, son los propios franceses los que menos comprensivos se muestran con este singular episodio. El mismo Sarkozy en el cierre de la pasada campaña electoral ante más de quince mil seguidores en la ciudad de Montpellier, hizo la siguiente proclama: «quedan dos días para decir adiós a la herencia de mayo del 68».
En los comentarios de la entrada anterior puede observarse esta dicotomía difícilmente conciliable. Unos y otros me merecen todos los respetos, pero hora es ya de mojarse: siento inclinación y debilidad por la primera opción, aunque revista un matiz nostálgico y peque de cierta ingenuidad. Diría que casi tengo los mismos sentimientos que tenía por aquel entonces... La distancia en el tiempo y en la perspectiva no me han hecho modificar mis opiniones o ¿emociones? Que dicha concepción sea objetiva o no me trae sin cuidado porque ni los historiadores ni los analistas especializados se ponen de acuerdo en la valoración de esta revuelta estudiantil ¿Las cosas son como son o como imaginamos o queremos que sean?
Europa entera estuvo pendiente de cuanto acaecía en Francia durante aquellos días del verano del 68. Anteriormente se habían vivido ya las proclamas de parecido corte en el campus californiano. En la España de aquella década, - mientras algunos nos consolábamos con las canciones de Raimón y otros estaban pletóricos con el triunfo del ”La, la, la” de Massiel en Eurovisión - toda aquella movida parisina parecía que sucedía en otro planeta. En mi Facultad, la de Filosofía y Letras de la U.B., vivíamos pendientes de aquel conflicto estudiantil – también, obrero - con pasiones desbordadas no exentas de admiración y envidia. Los medios, tan cicateros con la información nacional, no regatearon espacio para ofrecer aquellas noticias desde una perspectiva muy singular: la que da la carencia de libertades. Las noticias de aquellos disturbios callejeros que parecían poner en jaque al todopoderoso Estado francés dirigido por aquel legendario general pegado a una nariz quevedesca, resultaban extremadamente apasionantes. A no pocos se nos iba la “olla” recreando las escenas que recogía la prensa en blanco y negro.
Aquellos jóvenes bulliciosos querían romper con una sociedad autoritaria: la representada por sus padres. Había que luchar contra ese muro para alcanzar la liberación en todos los sentidos. Para ellos, tener el estómago lleno y las necesidades materiales cubiertas no era suficiente. Eran jóvenes burgueses irreverentes, cabreados e insatisfechos, aunque fuesen universitarios privilegiados. Querían, además, transformar los fundamentos morales del sistema, el concepto de autoridad, la manera de vestir y aspiraban, sobre todo, a tener una vida más plena y más libre. Así se nos vendió la película, y estábamos tan necesitados de horizontes y sueños que muchos nos quedamos ahí. Con o sin fundamento...
La chispa que provocó aquel conflicto no fue baladí: El 22 de marzo de 1968 la agresión fascista a una manifestación estudiantil provocó la ocupación de la universidad francesa de Nanterre por los jóvenes. La misma acción se hizo extensiva a la Sorbona y cuando los rectores cerraron ambas universidades, el activismo se radicalizó y alcanzó también a la clase obrera...
Era una rebelión en toda la regla. Sin ánimo revolucionario y con disensiones entre unos y otros sectores, pero no menos de diez millones de franceses se adhirieron a las huelgas. Las instituciones, el poder, el dinero y la autoridad estaban bien blindados para afrontar esa suerte de veleidades “neorrevolucionarias”, pero había llegado el momento de ponerlas, al menos, en cuarentena. Y no tengo la menor duda de que lo lograron.
Quizás a estas alturas de la película, con mucha tierra sobre su memoria, a la hora de hacer un balance, la ¿victoria? pueda resultar pírrica, pero fue bonito mientras duró...¿no?
Como consecuencia directa o lejana de los episodios del mayo del 68, algo, sin embargo, iba a cambiar: De Gaulle, viejo general trasnochado, perdería el referéndum y las reformas sucedieron a esta revuelta callejera parisina a partir del año siguiente, 1969. Aumento de salarios, nuevos modales en la forma de gobernar, reformas universitarias y más apertura, aunque resignada, a la crítica. Parte del anquilosamiento inmovilista que reinaba por aquel entonces quedó trastocado por algunos cambios, tiempo atrás, impensables.
Un aspecto que conllevó el mayo del 68 fue la participación en la vida política de los jóvenes y las mujeres. Y que conste que no lo digo por Caroline, un mero “florero”, por más que los medios sobredimensionaran su valor emblemático...
Otro fenómeno paralelo a estos hechos fue la desconfianza hacia el poder que se estableció en amplios sectores de la sociedad europea occidental. La autoridad implantada en el sistema familiar y educativo también experimentó un cuestionamiento imparable... Muchos detractores del mayo del 68 no disimularon que este asunto les sacaba de sus casillas. Los recelosos y enemigos de los cambios temblaban y siguen temblando ante esa suerte de sociedad permisiva que amenaza las tradiciones y los valores rancios...
Aunque no pocos pensamos que los cambios no vienen si no se exigen y se lucha por su logro; otros, sin embargo, atribuyen estos procesos al “maná” que cae gratuitamente del cielo, a los gobiernos progresistas, al devenir de la historia... Hasta es posible que los que piensan así tengan creencias taoístas y piensen que la mejor manera de mejorar el mundo es no esforzándose por mejorarlo... Me pregunto si el Mayo del 68 no tiene algo que ver con esa evolución... Insisto, me lo pregunto. Ya sabéis que soy enemigo de hacer afirmaciones categóricas...
Es cierto que en otros países de la Europa Occidental no hubo una revuelta tan llamativa, y sin embargo también avanzaron hacia los mismos objetivos. Mayo del 68 podría tomarse como emblema para los demás movimientos sociales.
Todos estos logros, sin embargo, vuelven a estar en cuarentena. Una nueva forma de autoridad cae sobre los hombros de la juventud y la somete: el poder sugestivo del consumo. Y los que, en su día, protagonizaron esos cambios, optan por esa corriente “neoconservadora” de corte neoliberal que aboga por la preservación y las creencias y los valores que han cimentado Occidente secularmente... Ante este panorama tan desolador y que provoca impotencia, que nadie se sorprenda de que algunos hayamos vuelto la vista atrás en busca de aquel mayo del 68, al que según algunos, le quedan los días contados...
P.D.:Soy consciente de haber divagado, pero me lo he pasado bien...