Una amiga, a la que admiro y profeso un gran afecto, pero con la que mantengo notables discrepancias sobre el conflicto de Cataluña/España, me envía el artículo que comienzo a publicar en esta entrada. Cuanta más y plural información tengamos sobre este episodio, mejor podremos alimentar nuestro propio criterio
Mentiras fundamentales sobre Cataluña
Por
Xavier Diez - 19/11/2018
El
quinto episodio de la tercera temporada de la serie británica Black Mirror,
Men Against Fire podría servir como la mejor metáfora a la hora de
comprender la manipulación mediática y operación de guerra sucia para
administrar el conflicto catalán. Para quien no lo haya visto, una breve
descripción de la trama. En un futuro distópico, una organización militar se
dedica a perseguir y exterminar una raza mutante (los roaches o cucarachas)
que se esconden en lugares poco accesibles y presentan un aspecto aterrador,
emitiendo gruñidos incomprensibles, y de quien se dice que se dedican a la
violencia. Cada soldado posee un implante neuronal que sirve para agudizar sus
sentidos y así perfeccionar su eficacia letal. En una de las persecuciones, el
protagonista recibe una descarga de luz que le sobrecarga en el chip, hasta que
éste empieza a fallar. Es así como, no solamente empieza a darse cuenta que el
implante le engaña sobre su propia existencia, mucho más gris de lo que le
muestran unos sentidos manipulados, sino que la presunta raza mutante,
corresponde en realidad, a humanos como a él, y que los gruñidos son,
simplemente palabras que puede comprender fácilmente. Porque, en realidad, el
chip sirve para distorsionar su percepción y, así, deshumanizar a las víctimas,
porque en cierta manera, el implante es como la propaganda en tiempo de guerra:
anula la capacidad de empatía a fin de ser manipulados al antojo de sus mandos,
y así poder practicar la violencia sin cuestionamientos morales ni
remordimientos.
Men
Against Fire nos
sirve para describir el trato mediático y político a Cataluña en los últimos
años. Los medios de comunicación convencionales, así como buena parte de las
redes sociales se han concentrado a atizar el odio contra Cataluña y a realizar
unas tareas de manipulación informativa descaradas. Desde programas como Espejo
Público, los informativos de las cadenas generalistas, los medios digitales, la
prensa de Madrid se establece una competición a ver quién es más
antiidependentista. De hecho, los independentistas son tratados y
distorsionados como los “roaches” o “cucarachas”, y, de hecho, los tópicos
usados no difieren de los recursos utilizados por los antisemitas en
Centroeuropa en los años que precedieron a la segunda guerra mundial. Esto se
complementa con un apagón informativo sobre lo que sucede realmente en una
Cataluña que, por su parte, y ante la bacanal de mentiras mediáticas, ha dado
la espalda a estos medios (la caída del consumo televisivo respecto a las
cadenas con sede en Madrid, así como con las cabeceras de los periódicos
tradicionales tiene magnitudes históricas). La ofensiva del odio ha conseguido
serrar los cables que mantenían unida una ciudadanía diversa a un estado que,
vista la represión del 1-O y posterior, y los silencios cómplices de la
sociedad civil española, difícilmente se podrán recoser. El divorcio mental ya
es una realidad. Y esto se convierte en un grave problema político que no hará
sino empeorar mientras no se aborde mediante la política y desde una democracia
que tiene que ver con las urnas y el pacto –como entienden los
independentistas-, y no con las leyes y la represión -como practica el
nacionalismo español amparado en sus instituciones-
Por
supuesto, para deshumanizar a catalanes (como previamente se había hecho con
los vascos, o con los disidentes respecto al postfranquismo que domina los
resortes del estado) es necesario un relato que justifique el odio. Y para
ello, es necesario construir mentiras, que para que sean creíbles, requieren
dosis homeopáticas de verdad. Esto no pretende ser un inventario exhaustivo,
pero sí contiene elementos bastante repetidos desde los medios de comunicación
y responsables políticos y que, o bien se han instalado como creencias
recientes, o bien llevaban mucho tiempo instaladas en el subconsciente
colectivo de buena parte de la sociedad española en una relación España-Cataluña
siempre conflictiva. No olvidemos que ya en el siglo XVII, Quevedo, un
precursor de intelectual orgánico y de los tertulianos contemporáneos, ya
consideraba a Cataluña como “aborto monstruoso de la política.”
Mentira número 1: Cataluña
“Las
familias se rompen”, “se persigue a los ‘constitucionalistas’”, … En fin.
Cualquiera que tenga un mínimo contacto con la realidad, comprobará esta
falacia de magnitudes olímpicas. La cuestión del independentismo,
contrariamente a la burda propaganda impulsada por Ciudadanos, no divide a la
sociedad catalana en absoluto, sino que, como cualquier otra cuestión polémica,
permite visibilizar opiniones y posiciones diferentes. Toda sociedad
democrática se caracteriza por su capacidad de administrar discrepancias, y el
discurso catastrofista suele utilizarse como mecanismo, más que conservador,
inmovilista. La cuestión de la independencia puede dividir tanto o tan poco
como el aborto, la legalización de la prostitución, la inmigración, la
multiculturalidad, la permanencia en la Unión Europea o los matrimonios de
personas del mismo sexo. Las personas y familias pueden mantener discusiones
tensas sobre cuestiones trascendentes que marcan los conflictos contemporáneos.
Pero la actitud de evitar administrar la complejidad del presente o de decidir
sobre temas importantes, no es de conservadores, sino de reaccionarios. Vetar
los debates o impedir la búsqueda de soluciones suele venir acompañado de
argumentos falaces en base a un pasado idealizado (y, por tanto, falso) que
viene a romper la teórica armonía de una supuesta arcadia feliz, en un
mecanismo intelectual que recuerda al integrismo religioso. La actitud de, “no
tratemos el tema de la autodeterminación, porque eso romperá familias” no es
muy diferente a “no legalicemos el divorcio porque el país se sumirá en el caos
y la anarquía”, que sostenían los franquistas a inicios de los ochenta, “no
toleremos la libertad sexual de las mujeres, porque eso va en contra de la
voluntad de Dios”, que sostienen los fanáticos religiosos, o “impidamos que los
hijos de los inmigrantes puedan adquirir la ciudadanía porque esto va a romper
con los valores de la nación” que intenta poner en práctica Donald Trump.
Bonus
Track 1: A
lo largo del último siglo, el nacionalismo catalán ha debatido reiteradamente
sobre “quién es catalán”. Fue durante los años sesenta, en un momento en el que
la inmigración peninsular hizo que la población catalana se duplicara en
cuarenta años, y que llegó un momento, hacia mediados de los setenta, en que
había más residentes nacidos fuera que dentro de Cataluña. En estas
circunstancias extraordinarias, se llegó a un acuerdo tácito. La fórmula, a
medias entre Jordi Pujol, Paco Candel y el antifranquismo militante fue: “es
catalán todo aquél que vive y trabaja en Cataluña”, a la cual sigue una
coletilla que no siempre se recuerda: “y que no le sea hostil”, dirigida
especialmente a las jerarquías de altos funcionarios y policías franquistas
instalados en el Principado como garantes de la represión. Cambiemos
ligeramente los términos: “¿Quién es español?”. Administrativamente, quien
posee la nacionalidad, que por si no lo saben, en España funciona el “ius
sanguinis”, lo que implica que a los residentes de otra nacionalidad y sus
descendientes no se les consideran españoles. Bien. ¿Es español aquel residente
británico que no habla español ni bajo tortura y que desprecia continuamente su
identidad, símbolos y costumbres? La respuesta es obvia. En el caso catalán,
buena parte del “constitucionalismo”, en realidad, un postfranquismo poco
disimulado, implica que amplios segmentos de los residentes de Cataluña odian,
desprecian o ignoran aquellos elementos definitorios y muestran una amplia
hostilidad hacia el territorio, su lengua, costumbres y deseos de sus
ciudadanos. Debemos recordar que Ciudadanos fue un partido creado expresamente
en Barcelona para canalizar el odio hacia lo catalán, y que representa a los
herederos intelectuales de los altos funcionarios y policías garantes de la
represión. En sus manifestaciones es muy habitual que se paren a homenajear al
cuartel de la Policía Nacional de Vía Layetana, conocido por ser un centro de
torturas y atentados contra los derechos humanos desde inicios de siglo XX, un
verdadero Abu Grahib ibérico.
(Continuará)