Xavier Sala i Martín es
un profesor de Economía de la Universidad de Columbia. También ha ejercido la
docencia en Yale, Harvard y la Pompeu Fabra de Barcelona. Es columnista de La
Vanguardia, hace apariciones semanales en Radio RAC1, así como en el
programa de televisión Divendres de TV3.
Sala-i-Martin
es reconocido como uno de los economistas líderes en el campo del crecimiento
económico y está considerado entre los economistas más citados del mundo para
las obras producidas en la década de 1990. Una de sus obras más conocidas es la
titulada “La economia liberal para no economistas y no liberales”
En su
día leí este artículo, pero al enterarme que ha sido retirado de la versión on-line
de La Vanguardia no he dudado
nada en colgarlo en esta bitácora porque vale la pena dedicarle unos minutos. La ironía brilla por doquier...
Auto suicidio, de Xavier Sala i Martín en La Vanguardia
17-06-2012
A ver. Pensemos...
Si el peor enemigo de un país diseñara un plan
para destruir su economía, ¿qué haría?
Pues supongo que intentaría desacreditar sus
instituciones más importantes para sembrar la desconfianza entre los ciudadanos
y que estos dejaran de consumir e invertir.
La estrategia podría empezar por desprestigiar a
la primera autoridad (sea rey o presidente de la república) llevándole a cazar
elefantes con una señorita alemana.
En medio de la cacería le obligaría a resbalar y
a romperse la cadera para que tuviera que volver urgentemente a su país.
Así todo el mundo vería cómo se gasta decenas de
miles de euros en un momento en que sus conciudadanos se hunden en la miseria.
Para rematar la faena, forzaría a un familiar
próximo (por ejemplo, un yerno) a apropiarse de millones de euros explotando su
influencia y luego expondría sus travesuras a la luz pública.
Es importante empezar sembrando dudas sobre la
conveniencia de mantener en el poder a la primera familia del país.
A continuación exigiría a los miembros del
Parlamento que siguieran una regla simple:
“Vota siempre lo contrario de tu adversario
incluso cuando tiene razón e incluso cuando propone lo mismo que proponías tu
en la anterior legislatura”. Es
crucial que la ciudadanía pierda la confianza en su clase política.
Seguiría con los más altos órganos del poder
judicial.
Por ejemplo, haría que el presidente del Tribunal
Supremo y del Consejo General del Poder Judicial se gastara dinero público para
pasar fines de semana románticos en la Costa del Sol con su chófer (masculino).
Una vez malversado el dinero filtraría las
facturas para desatar el escándalo y, acto seguido, haría que los jueces
compañeros pusieran trabas a la investigación para proteger a su amigo.
Intentaría que eso pasara justo en el momento en
que alcaldes, presidentes de comunidades y parlamentos y altos cargos de las
administraciones del Estado están siendo juzgados por corrupción… ¡por esos
mismos tribunales!
La desconfianza en la justicia es el mecanismo
más seguro para hundir a un país.
Una vez desacreditado el jefe del Estado, las
altas esferas de la política y la justicia, iría a por las élites económicas.
Aquí se podría lanzar un ataque contra uno de los
empresarios más prestigiosos del país, posiblemente un banquero, destapando
unas cuentas con miles de millones de euros en Suiza y, una vez destapado,
haría que el Gobierno no le castigara.
Además, indultaría a uno de sus altos ejecutivos
previamente condenado por sentencia firme (SANTANDER).
El siguiente paso consistiría en dilapidar miles
de millones de euros de dinero público para evitar la quiebra de unos bancos y
cajas por amigos, parientes y correligionarios políticos.
Y lo haría justo en el momento de pedir
sacrificios y recortes de miles de millones a los ciudadanos.
Es esencial que la gente confunda libre mercado
con amiguismo incestuoso entre poder empresarial y político.
Sin abandonar el terreno económico, obligaría al
Banco Central y a la Comisión Nacional del Mercado de Valores a autorizar la
salida a bolsa de uno de los mayores Bankios del país, a sabiendas de que
estaba arruinado.
Eso haría que miles de ciudadanos perdieran sus
ahorros comprando acciones de una empresa que ya estaba muerta antes de nacer.
Para hundir a un país, hay que conseguir que la
gente de a pie pierda sus ahorros y que las entidades supervisoras que (en
teoría) les protegen, contribuyan a su ruina.
Y finalmente, pondría a un gobierno incompetente
a la hora de gestionar problemas económicos.
De hecho, lo haría durante dos legislaturas
seguidas y con partido distinto en cada una de ellas.
Eso demostraría que la incompetencia no es de un
solo partido sino de la clase política en su conjunto.
Los sucesivos gobiernos negarían las crisis
económicas y echarían la culpa de todo a los extranjeros malignos.
Como traca final, haría que las autoridades
europeas rescataran al sistema bancario del país y obligaría al presidente del
Gobierno a negar repetidamente que se trata de un rescate.
También le forzaría a mentir argumentando que el
rescate no tiene condiciones (o sólo “condiciones favorables”), cosa que los
mismos europeos negarían unas horas más tarde.
Eso refrescaría la memoria de todos,
recordándoles que quienes mandan son los mismos que mintieron con los “hilillos
de plastilina” y las “dos vías de investigación”.
Es más, cuando la sociedad pidiera la
comparecencia del presidente ante el Parlamento para dar explicaciones, le
obligaría a decir (sin que se le escapara la risa) que su agenda internacional
está tan llena que no hay tiempo para ir al Parlamento… y acto seguido cogería
una avión oficial y me lo llevaría a ver un partido de fútbol con cargo al
contribuyente.
La mofa y el escarnio llegarían a todos los
rincones del planeta: “You say tomato, I say bailout”.
Esa sería la puya final ya que, unida al desprestigio de todas las grandes instituciones
del país, eliminaría toda esperanza de salir del profundo agujero.
Los ánimos de la ciudadanía se hundirían, por
fin, en la más profunda depresión.
Y ese sería el plan que diseñaría el peor enemigo
de uno.
¡Sí! Ya sé que es tan retorcido, maquiavélico y
exagerado que parece improbable que nadie nunca lo pueda llevar a cabo…
Pero nunca digas nunca porque siempre puede
aparecer un país de pandereta cuyo peor enemigo sea él mismo y cuyas
instituciones, todas y cada una de ellas, estén dispuestas a desprestigiarse a
sí mismas ante el asombro del mundo entero, para conseguir el objetivo común:
¡el autosuicidio!
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