Uno
de los profesores que tuve cuando estudiaba el Bachiller Elemental acostumbraba
a enseñarnos principios de carácter
ético y moral a partir de fábulas.
Tengo una colección bastante amplia, escrita con plumilla de mojar tinta,
caligrafía primorosa, pero salpicada de algún que otro borrón. Los títulos,
ostentosos y a todo color. Lo que deja bastante que desear es la interpretación de cada una de las fábulas
y las conclusiones didácticas. Me detengo en
la de los puercoespines:
En
un frío día de invierno, los pobres animalillos se apiñan entre sí, pero, tan
pronto como se acercan, se hieren unos a otros con sus temibles espinas. Si se
separan corren el peligro de congelarse de frío. Sólo alcanzan un estado
razonablemente satisfactorio cuando encuentran una “distancia justa” entre
ellos.
Ahora
descubro con cierto estupor que la susodicha fabulilla se atribuye al filósofo Arthur Schopenhauer y que su
pretensión era describir la sociedad moderna. Evidentemente, en esta pequeña
fábula los puercoespines somos los humanos, que sólo soportamos nuestros
odiosos caracteres morales o físicos si nos mantenemos a una “distancia
intermedia o razonable”
Y aquí está el quid de la cuestión. No es fácil
saber qué es eso de la distancia intermedia o razonable. Ni cerca ni lejos
nos dirá alguien, pero la imprecisión sigue latente. Depende de la
circunstancia dirá otro. Y así no acabamos de aclarar nada y aumenta
nuestro grado de confusión. ¡Qué manía le tengo a la recurrente frase de lo
ideal es el término medio. ¿Hay algo más impreciso y utópico? (Me pregunto si estará aquí la raíz del problema de la convivencia...)
En
el mismo cuaderno que he hallado la fabulilla de los puercoespines también hay
una frase que hace pensar y que gira en torno al mismo asunto. Dice así:
“Estad
juntos, pero no demasiado juntos: porque las columnas del templo guardan
distancias, y el roble y el ciprés no crecen el uno a la sombra del otro”
Con
franqueza, no acabo de entender qué pintan las columnas del templo y los mencionados árboles para ilustrar
sobre este asunto... Casi me atrevería a decir que tales paralelismos despiden
un cierto aroma a moralina...
Hay
personas, y no las soporto, que cuando te hablan se te acercan mucho o hasta
demasiado. Una auténtica invasión de tu espacio... Acostumbro, en estas
coyunturas, a retroceder con el mayor disimulo posible, pero como tales
interlocutores persistan en su acoso, mi desasosiego puede alcanzar cotas insospechadas. Y si encima te miran fijamente, no veas... Sin embargo,
observo que en contadas ocasiones, esa proximidad, además de soportable, me
parece muy gratificante. Tanto es así, que sin necesidad de ir más lejos en el
conocimiento de tales personas ya he llegado a una conclusión casi irrefutable:
me gustan. Y a partir de ahí se abre un senda llena de horizontes harto prometedores...
Peor
sensación tengo, si cabe, y en esto no hay excepciones, cuando la aproximación
que invade mi burbuja personal es de carácter ideológico...