"Sometimes Tracey"
Parece que gran parte del público – entre el que me incluyo- ha quedado anclado en una vieja certeza: aquella que asociaba el trabajo del artista con el de un virtuoso artesano que se tenía que diferenciar del hombre común por poseer una habilidad extraordinaria. Otro problema del arte contemporáneo es que sus límites son tan amplios que resulta muy difícil de definir. Cualquier cosa es posible. Lo que viene caracterizando a muchas obras postmodernas es su capacidad de provocación. Este es el caso de “Mi cama” de Emin Tracey, obra que, tras 10 años, de vida sigue gozando de gran prestigio entre la crítica especializada y el público joven. A los que se hayan podido escandalizar por la contemplación de esta “cama guarra” tengo que decirles que es de las obras menos “vomitivas” de esta controvertida artista británica... Tengo la certeza de que todos nuestros comentarios que manifiestan rechazo hacia esta muestra “artística” le resultarían de sumo agrado a su autora. Es justo lo que busca...
EMIN TRACEY (Londres, 1963), la “niña terrible” del arte británico escandalizó en 1999 presentando al premio Turner (dotado con 20.000 libras, más de cinco millones de pesetas) como obra de arte su propia cama - en la que pasó una semana borracha después de un aborto - deshecha con las sábanas sucias, bragas ensangrentadas, colillas y preservativos. Utiliza su biografía como material principal de su obra, siendo característica su versatilidad a la hora de utilizar materiales: textos, pintura, dibujo, escultura, textil, vídeo, instalaciones... con el objeto de presentar sus experiencias vitales de la manera más inmediata y efectiva posible. El humor y la tragedia enhebran estos pedazos de vida que tienen el carácter de una confesión y que la artista hace absolutamente públicos y abiertos, hasta el punto de llegar a abrir un “Museo Tracey Emin” en 1995.
La “Tate Gallery”, patrocinadora del galardón, inauguró una muestra de los trabajos de los cinco finalistas. “Mi cama” (“My bed”) de Emin, se encuentra en el centro de la primera sala y atrae como un imán la atención del público. Junto al lecho, dos botellas de vodka y una de zumo, un montón de kleenex sucios, bragas y compresas usadas, un cenicero lleno de colillas, condones, tampones, anticonceptivos, gel lubricante, tiritas viejas, un muñeco de peluche...
El premio Turner fue para el videoartista irlandés Steve McQueen, pero fue “My bed” la obra que logró más atención mediática. Repugnante para algunos. Pura poesía para otros. Hoy, la cama (perfecto resumen del conflicto entre lo íntimo, lo público y lo secreto) mantiene su fuerza.
La cama de marras no es apta para estómagos sensibles. Las sábanas arrugadas están estampadas con huellas de neumático, manchas de orín y de otro origen indefinible; el edredón, impregnado de sudor, amarillea; las plumas se escapan de las almohadas. Encima del lecho, un letrero luminoso informa: «Cada parte de mí está sangrando». En las paredes, algunos de sus dibujos y un tapiz con la palabra «Joder» en lugar prominente.
De Tracey Emin se puede decir, sin temor a exagerar, que se regodea explorando los aspectos más sórdidos de su vida y de su personalidad. Otra de sus aportaciones a la muestra de la “Tate Gallery” consiste en una película de una hora en la que la artista entrevista a su álter ego, bautizada como “Tracey la guarra”.
Según Wilson, “Mi cama” se inscribe en la tradición histórica de Gustave Courbet y de los impresionistas. Como ellos, asegura el representante de la galería, Emin no teme enfrentarse a temas vulgares o humillantes en su búsqueda de la verdad. «Esta obra corresponde a un momento en que la artista estaba enferma y deprimida. Es una meditación sobre el hecho de pasar mucho tiempo en la cama. Hay una inocencia subyacente y una gran sinceridad que nos recuerda cuestiones fundamentales».
Otros críticos de arte también han defendido el montaje con entusiasmo. «Su montaje vale la pena aunque sólo sea por la gamberrada de las bragas manchadas de sangre», dice Matthew Collins. «Los demás artistas son bastante convencionales comparados con ella, van a lo seguro. La gente la subestima, pero su montaje es una composición muy hermosa». David Lee, el director de Art Review, se cuenta también entre sus admiradores, aunque tiempo atrás la criticó ferozmente. «No es una artista, no sabe dibujar, pero su audacia es asombrosa. Espero que gane porque de lo contrario es capaz de echarse a llorar o de suicidarse».
Emin, apunta el crítico Patrick Eliott, ha convertido como pocas artistas su vida en espectáculo: "Corre el riesgo de caer en el egocentrismo, pero eso es un artista, alguien que se explora a sí mismo, que va a lo más profundo de su ser para luego volver con algo que refleje parte del nuestro".
En cambio, el crítico de arte del diario “The Guardian”, Adrian Searle, confiesa haberse hartado de las travesuras de Emin. «Este absurdo atormentado no puede continuar. Antes me conmovían tus historias, pero te has convertido en un aburrimiento. Tu arte es tan cerrado y predecible. No hay nada que ver en tu trabajo más que tú, tus cambios de humor, tu sentimentalismo y tu nostalgia».
Los aficionados a su obra, según ha admitido ella misma, son en su mayoría mujeres de menos de veinticinco años que se identifican con sus experiencias y que, a juzgar por la actitud reverencial de quienes visitan la exposición de Edimburgo, la tienen como una especie de icono. Toda la producción de Tracey Emin gira en torno a su persona: el mundo exterior parece no interesarle salvo en lo que le afecta, siempre como víctima, y su exhibicionismo emocional no tiene límite.
Fuente: SusiGoogle, BorraesoGoogle,El País, El Mundo, Art Now, etc,