LA SAGRADA FAMILIA DE BARCELONA, TRAS LA VISITA DEL PAPA

He pasado el fin de semana en mi tierra turolense y he seguido parte de la visita del Papa a Santiago de Compostela y a Barcelona por TV, como la inmensa mayoría, supongo. En la entrada anterior me manifestaba partidario incondicional de esta obra gaudiana aunque sus fachadas tan contrastadas me produjeran cierto estupor. Confieso mi predilección por la armonía y algo tendrá que ver con eso el arte grecolatino que se halla en nuestros fundamentos culturales.


Desde que resido en la ciudad condal he visitado la Sagrada Familia y subido a alguna de sus torres en tres ocasiones. También hice fotografías de la maqueta y conozco la cripta (parroquia desde hace muchos años) y siempre pensaba que nunca vería culminada tan desmesurada obra. Ahora, tras lo visto estos días, albergo alguna esperanza... Como tantos barceloneses, he pasado por los aledaños de este templo en muchísimas ocasiones y siempre suelo encontrar alguna novedad, aunque se trate de alguna figura esculpida o una simple grúa de más, pero el deslumbramiento que he experimenté  el pasado domingo contemplando las imágenes de  la TV3 y lo que nos han venido prodigando los medios ha sido sensacional. He quedado profundamente fascinado y observo feliz que no soy la excepción ni muchísimo menos. Tengo la certeza – así lo palpo en mi entorno - de que a muchos se nos ha abierto el hambre de volver a devorar con la vista  ese interior recién desvelado de este templo, ya basílica, cuyas visitas vienen siendo monopolizadas por británicos, sobre todo, además de alemanes, estadounidenses, italianos, franceses, asiáticos y en menor medida...catalanes.

Dejo de lado la significación religiosa del evento de la visita del Papa, la polémica sobre el laicismo galopante, los temores sobre la familia tradicional, otros conceptos de la jerarquía vaticana harto conocidos y el espaldarazo justo que se ha dado a la lengua catalana.  Paso por encima de la acogida institucional y social que se ha brindado al Papa,  mayoritariamente positiva, sin ignorar las manifestaciones de discrepancia que también se han producido. Me quedo, eso sí, como tantos otros, con  el efecto  trascendental que ha supuesto esta visita, merced a la cual hemos tenido acceso a la nave central con la desmesura de su bóveda  que se apoya sobre un bosque tupido y petrificado de muchas columnas arbóreas más las derivadas y la luminosidad exultante que penetra por sus generosos vitrales además de sus 288 claraboyas hiperbólicas que difunden la luz a raudales desde el alba hasta el ocaso. Y todas estas sensaciones de asombro vienen provocadas por las imágenes que nos mostró TV3 durante la ceremonia dominical de consagración del templo como basílica complementadas por otros medios. Si esta obra gaudiana ya se había erigido en el mayor tesoro arquitectónico de Barcelona, el descubrimiento de su tesoro oculto despejará muchas dudas sobre si procede o no seguir con esta ingente obra que lleva camino de rivalizar con las mejores o eclipsar  a casi todas las que de esta guisa se vienen realizando desde hace más de veinte siglos. 

Fotografía antes de acabar las obras de la nave central

Uno de los comentaristas de la entrada anterior, de nombre “Anónimo”, cuyo extenso texto no tiene desperdicio alguno, sintetiza  impresiones parecidas a las que acabo de  manifestar con una frase que merece todos mis parabienes:

"Aquella nave, aquellas columnas, aquella altura hipnótica, aquella luz entrando a raudales por todos los óculos y vitrales, daba esa sensación que pretendía el gótico, la luz divina entrando en el templo”

Leo en “La Vanguardia” que ayer, para llevar a cabo la visita a la Sagrada Familia, había que hacer dos horas de cola. En cuanto baje la marea, me apunto...