
La acogida a tu primera obra, El libro blanco, entusiasmó a los tuyos. Y qué decir de la segunda, Los cantos de la mañana. No te faltaron elogios, parabienes y excelentes críticas. Aquella preciosa niña pródiga en facultades para las distintas manifestaciones artísticas era ya una realidad: ¡la poetisa más joven y prometedora de Uruguay¡. Nadie cuestionó tu condición femenina. Nadie objetó nada a esos poemas en los que expresabas tus anhelos de amor sin trabas ni rubores. Incluso éste, me refiero al amor, acabará llamando a tu puerta. Ya tienes veintidós años y Enrique Job Reyes, a pesar de las reticencias de tu madre, conquistará tu corazón. Se puede decir que todas tus ilusiones y sueños se ven colmados. Pero será en 1913, ya con 27 años cuando te consagrarás con la mejor de tus obras, sin duda alguna. Me refiero a Los cálices vacíos. Tu lenguaje es modernista, cuajado de símbolos que expresan pensamientos amorosos, (el lago:” que en su cristalina página /se imprime mi pensamiento”) deseos sexuales (el cisne: “ningunos labios ardieron / como su pico en mis manos”), mundo intensamente idealizado, sueños, anhelos pendientes, ... El modernismo de tus composiciones, aunque tardío, es evidente. Algunos buscan influencias, que si de Amado Nervo, que si...Los críticos, Delmira, tienen estas cosas. Pero tú y yo sabemos que en tus poemas estás tú, con todas las contradicciones del mundo, pero son tuyas y de nadie más. A veces te rebelas contra el encorsetamiento modernista. Por cierto, hasta el mismísimo Rubén Darío te manifestó su reconocimiento incondicional. Luchas por ser libre y no tienes apuro alguno en romper con los cánones cuando te asfixian y te impiden ser tú misma. A veces te encierras tanto en ti misma, que las alucinaciones, las veleidades erótico-místicas agónicas y conflictivas se muestran en los versos en una especie de lenguaje cifrado. En una de tus cartas que lamentas de tu soledad: "El mundo me admira, pero no me acompaña (...) y es un dulce milagro el de sentirte comprendida cuando se ha nacido para desconcertar". En clase, no faltan los debates cuando queremos llegar al fondo de tus ideas y de tus versos, con frecuencia contradictorios e inaccesibles. En lo que sí coincidimos todos es en que sientes sed y hambre de amor y en que lo manifiestas, a veces con recato, a veces sin él, pero en modo alguno puedes liberarte de semejante obsesión. También proyectas visiones entre el corsé de los endecasílabos y los alejandrinos: “En mi alcoba agrandada de soledad y miedo / taciturno a mi lado apareciste / como un hongo gigante, muerto y vivo / brotado en los rincones de las noches / húmedos de silencio / y engrasados de sombra y soledad” Tus palabras propias de la estética modernista se mezclan, sin rubor, con expresiones románticas. No tienes empacho alguno y te felicito por romper barreras. Pasas de la condición humana que se siente atraída por lo perverso a la de cristiana que se debate entre el bien y el mal. Pero la tremenda sensualidad que te embarga te conduce una y otra vez al ofrecimiento abierto y sin tapujos, sin caer, y esto te honra, en la vulgaridad. No siempre es así, eres contradictoria como todos, también te cierras en un mutismo tras esos símbolos confusos que muestran tus dudas entre el desnudo total o la simple insinuación...del alma.
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Y lo peor, Delmira, es que el amor que te colmó la vida, también te provocó la muerte precoz y sorpresiva. Tu largo noviazgo con Enrique Job Reyes, de personalidad compleja, que nunca gustó a tu madre intuitiva, impedirá que alcances la madurez como poeta y como persona. Con él fuiste al altar después de un noviazgo de varios años. Pero de poco sirvió tan larga relación porque a veintiún días del casamiento lo abandonaste. Sin embargo, y esta es la gran paradoja, la relación amorosa continuaría de una manera un tanto furtiva, mientras el proceso de divorcio en un Uruguay avanzado se desarrollaba en la Corte. Difícil nos lo pones, Delmira. Una tarde, en una de tus citas clandestinas con tu ex-esposo, sucedió la tragedia. Reyes te disparó dos veces. Acto seguido él se suicidó. Ambos, muertos. Y nacieron los rumores y las especulaciones, pero el secreto se fue a la tumba con vosotros. Hay quienes llegaron a decir que tu marido, más que asesino, fue el instrumento material de un crimen perpetrado por la hipócrita, pacata y violenta sociedad de tu época y de tu entorno. Hago oídos sordos a semejantes patrañas y me quedo con los buenos recuerdos.
Tu vida breve como poeta y como mujer ha contribuido a darte una proyección de leyenda que sin duda tergiversa en gran medida la verdad. La tragedia provoca un sentimiento de condescendencia tal en los críticos y en los estudiosos de tu obra, que se traduce en una caritativa omisión de tus defectos técnicos y humanos que, como todos, también tuviste. Has pasado a la historia como un mito de la condición femenina. Nadie quiere escarbar en las cenizas. Todas las facilidades que te ofreció tu entorno se trucaron con la violencia temprana de tu muerte. Yo mismo, lo confieso, no sé hasta qué punto mi admiración se ha elevado hasta el cielo por la conmoción que me causa el desgarro de tu trágica muerte.
Tu vida breve como poeta y como mujer ha contribuido a darte una proyección de leyenda que sin duda tergiversa en gran medida la verdad. La tragedia provoca un sentimiento de condescendencia tal en los críticos y en los estudiosos de tu obra, que se traduce en una caritativa omisión de tus defectos técnicos y humanos que, como todos, también tuviste. Has pasado a la historia como un mito de la condición femenina. Nadie quiere escarbar en las cenizas. Todas las facilidades que te ofreció tu entorno se trucaron con la violencia temprana de tu muerte. Yo mismo, lo confieso, no sé hasta qué punto mi admiración se ha elevado hasta el cielo por la conmoción que me causa el desgarro de tu trágica muerte.
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Seguiré leyendo tus poemas, Edelmira. Hasta siempre. Un icondicional tuyo.
Creo que la trágica muerte de Delmira impide valorar su poesía en su justa dimensión. No sé hasta qué punto la tendríamos en la misma consideración si su merte hubiese sido natural. Igual que Lorca, ¿no?. Saludos desde Uruguay.
ResponderEliminarA Rodolfo L. S.:
ResponderEliminarTienes razón. Lo mismo podríamos decir de Federico García Lorca y de tantos otros. Pero en uno y otro caso la valoración seguiría siendo subjetiva
Un cordial saludo