Desde niño, cuando tuve noticias de que el primer globo fue fabricado por los hermanos Montgolfler en noviembre de 1782, he sentido una cierta fascinación por esta especie de “pompas” aerostátaicas de vivos colores. Recuerdo haber leído que los dos primeros pasajeros fueron un pato y una oveja, los dos regresaron a tierra vivos y coleando, siendo los protagonistas de una hazaña que iba a marcar historia. A partir del año siguiente se sucederán vuelos ininterrumpidos de personas. Desde entonces, el continuo afán de volar libre ha hecho del globo una aventura segura y fascinante.
Han tenido que pasar muchos años para protagonizar esta experiencia, pero por fin, Carmina y yo viajamos en globo un fin de semana del pasado mes de junio. Tras un intento fallido por la inclemencia del tiempo -sólo se vuela si las condiciones atmosféricas son favorables y el viento suave-, retornamos otra vez a Vic (Osona-Barcelona) y pudimos cumplir con este sueño, cuyo recuerdo nos acompañará toda la vida.
La “aventura” comenzó por la mañana, muy temprano. Los 10 pasajeros colaboramos en los preparativos iniciales. El proceso de hinchar el globo mediante un potente ventilador es rápido. Las dimensiones del globo para tantos pasajeros son enormes.
La ascensión es tranquila, casi impercetible. Tomamos conciencia de que nos elevamos porque la ciudad de Vic con su famoso mercado en la plaza mayor y su bello entorno parecen alejarse bajo nuestros pies. Se diría que quien se mueve no eres tú, sino la tierra. Una profunda relajación nos invade a todos. Paz y sosiego es lo que sentimos. El globo y la sombra que proyecta se deslizan con una suavidad y ligereza sorprendentes. Un momento único. El que no ha vivido esta experiencia no puede imaginar lo que supone contemplarse así, flotando en las alturas, sobrevolando preciosos paisajes, observando la bondad de la naturaleza de la Plana de Vic en la comarca de Osona, el discurrir del río Ter convertido en pequeña arteria, las aglomeraciones de casas que conforman pueblos tan bellos como Torelló, Tona, Seva, Viladrau, Rupit, Tavertet...El piloto, tras invitarnos a una copa de cava, sigue describiendo el paisaje: el macizo del Montseny con el Matagalls, el pantano de Sau con la diminuta iglesia totalmente emergida, las Guilleries...Y todo ello rodeado de una apacible calma. Visto así desde el cielo, el mundo adquiere una nueva perspectiva, parece como si la realidad de las cosas cobrase un nuevo significado. Las cámaras digitales no descansan.
Un viaje en globo, en ningún modo puede considerarse una experiencia individual: la emoción del ascenso, la percepción del espectáculo, la conciencia del aire fresco y limpio que dirige nuestro rumbo, las nubes al alcance de la mano…son sensaciones que nos embargan a todos por igual, creando un espíritu y una vibración común en la que la impresión particular es compartida.
El recorrido es variable, dependiendo de la dirección del viento, y el lugar de aterrizaje siempre es un misterio. El piloto puede elevar el globo –inyección de más gas- o bajarlo, pero el viento sigue siendo, tras más de 200 años de historia, quien lo gobierna e impulsa. Tras dos conatos de aterrizaje, no exentos de emoción, en una granja de terneros que nos contemplaban, hocicos alzados, un tanto estupefactos y en un bosquecillo abrupto, el piloto opta por una zona accesible para el vehículo de apoyo que vigilaba constantemente desde tierra nuestra trayectoria y con el que mantiene contacto continuado.
Al tomar tierra y colaborar todos en las labores de deshinchar y recoger el globo de dimensiones interminables, nos llevaron al punto de encuentro y con los vehículos propios o el de la organización nos trasladaron, por un bello paraje a una masía típica donde paladeamos un suculento almuerzo, vino en porrón, más cava y el diploma personalizado firmado por el piloto del globo que da fe de nuestra aventura. El precio es “carillo”, pero vale la pena. De verdad.
Han tenido que pasar muchos años para protagonizar esta experiencia, pero por fin, Carmina y yo viajamos en globo un fin de semana del pasado mes de junio. Tras un intento fallido por la inclemencia del tiempo -sólo se vuela si las condiciones atmosféricas son favorables y el viento suave-, retornamos otra vez a Vic (Osona-Barcelona) y pudimos cumplir con este sueño, cuyo recuerdo nos acompañará toda la vida.
La “aventura” comenzó por la mañana, muy temprano. Los 10 pasajeros colaboramos en los preparativos iniciales. El proceso de hinchar el globo mediante un potente ventilador es rápido. Las dimensiones del globo para tantos pasajeros son enormes.
La ascensión es tranquila, casi impercetible. Tomamos conciencia de que nos elevamos porque la ciudad de Vic con su famoso mercado en la plaza mayor y su bello entorno parecen alejarse bajo nuestros pies. Se diría que quien se mueve no eres tú, sino la tierra. Una profunda relajación nos invade a todos. Paz y sosiego es lo que sentimos. El globo y la sombra que proyecta se deslizan con una suavidad y ligereza sorprendentes. Un momento único. El que no ha vivido esta experiencia no puede imaginar lo que supone contemplarse así, flotando en las alturas, sobrevolando preciosos paisajes, observando la bondad de la naturaleza de la Plana de Vic en la comarca de Osona, el discurrir del río Ter convertido en pequeña arteria, las aglomeraciones de casas que conforman pueblos tan bellos como Torelló, Tona, Seva, Viladrau, Rupit, Tavertet...El piloto, tras invitarnos a una copa de cava, sigue describiendo el paisaje: el macizo del Montseny con el Matagalls, el pantano de Sau con la diminuta iglesia totalmente emergida, las Guilleries...Y todo ello rodeado de una apacible calma. Visto así desde el cielo, el mundo adquiere una nueva perspectiva, parece como si la realidad de las cosas cobrase un nuevo significado. Las cámaras digitales no descansan.
Un viaje en globo, en ningún modo puede considerarse una experiencia individual: la emoción del ascenso, la percepción del espectáculo, la conciencia del aire fresco y limpio que dirige nuestro rumbo, las nubes al alcance de la mano…son sensaciones que nos embargan a todos por igual, creando un espíritu y una vibración común en la que la impresión particular es compartida.
El recorrido es variable, dependiendo de la dirección del viento, y el lugar de aterrizaje siempre es un misterio. El piloto puede elevar el globo –inyección de más gas- o bajarlo, pero el viento sigue siendo, tras más de 200 años de historia, quien lo gobierna e impulsa. Tras dos conatos de aterrizaje, no exentos de emoción, en una granja de terneros que nos contemplaban, hocicos alzados, un tanto estupefactos y en un bosquecillo abrupto, el piloto opta por una zona accesible para el vehículo de apoyo que vigilaba constantemente desde tierra nuestra trayectoria y con el que mantiene contacto continuado.
Al tomar tierra y colaborar todos en las labores de deshinchar y recoger el globo de dimensiones interminables, nos llevaron al punto de encuentro y con los vehículos propios o el de la organización nos trasladaron, por un bello paraje a una masía típica donde paladeamos un suculento almuerzo, vino en porrón, más cava y el diploma personalizado firmado por el piloto del globo que da fe de nuestra aventura. El precio es “carillo”, pero vale la pena. De verdad.
Mucho blog, mucho artículo interesante, pero como la "peaso" mujer que aparece en la foto, ná de ná.
ResponderEliminarhola guapo, solo he tenido tiempo de leer lo del globo. No sabía que había sido tan emocionante!!!! bueno, un besito y ya leeré más cuando pueda.
ResponderEliminar