No me ha sorprendido el fallecimiento de García Márquez. Se esperaba...
En su memoria, y como modesto homenaje, reedito una entrada que publiqué en el año 2007
En su memoria, y como modesto homenaje, reedito una entrada que publiqué en el año 2007
En otoño de 1973 tuve la oportunidad de conocer a Gabriel García Márquez en su propia casa del barrio de Sarrià de Barcelona. El mérito fue de uno grupito de alumnos míos de COU a los que había encomendado un trabajo sobre un libro de un autor contemporáneo al que tenían que entrevistar posteriormente a propósito de dicha lectura. A través de la mediación de Carmen Balcells, editora de García Márquez, dichos alumnos habían conseguido que éste les citase en su propia casa por la noche. Yo no me lo creía. Por aquel entonces Cien años de soledad era la novela que acaparaba todas mis preferencias literarias. Me sumé al grupo con la excusa de preparar el encuentro y nos reunimos en un bar del Paseo de la Bonanova donde redactamos un cuestionario y seleccionamos unos textos para comentar. Llegada la hora nos dirigimos a su casa con nervios y emoción, sobre todo por mi parte...
Nos abrió la puerta Mercedes, la esposa del escritor, que se dirigió a su marido con el nombre de Gabo. Era la primera vez que escuchaba esta expresión que acabará popularizándose entre la muchedumbre de sus lectores actuales y futuros. García Márquez nos recibió con una amplia sonrisa, el bigote más recortado que ahora y una camisa floreada. Nos invitó a tomar un “cuba libre” con ron, como debe ser, y no con ginebra como acostumbramos a tomarlo en España. Tras unos saludos de rigor, no hizo falta hacer uso de las cuestiones preparadas. García Márquez estaba locuaz y apenas dejaba participar. Se sorprendió de que en un colegio religioso se leyesen sus obras, pero prefería que la tertulia no siguiese un guión preestabalecido. Nos explicó que en Colombia conoció a un librero catalán, Don Ramón Vinyes, que le habló con nostalgia de Barcelona y al que rendirá tributo incorporándolo en Cien años de soledad (“sabio catalán”). Nos habló de su estancia en París donde había pasado hambre y penalidades, pero allí también encontró a personas, como la dueña del hotel donde estuvo hospedado, que le protegió y ayudó mucho. Nos dijo que estaba encantado con Barcelona, según él, la única ciudad europea de España. También explícó que esta ciudad se había convertido en la preferida para escritores, arquitectos, fotógrafos, diseñadores y, sobre todo, de editores. No abordó, para nada, el tema político y dijo que le encantaba pasear por las Ramblas, pero que cada vez tenía más problemas para pasar desapercibido.
Curiosamente, en la conversación de aquella noche, México, París y Barcelona fueron los lugares más recurrenes en su larga y amena plática. También insistió en que le había costado más de cuarenta años poder vivir de la literatura. Ahora, por fin, incluso estaba pensando en comprarse una casa en la misma Barcelona. Un alumno, Pepe M., le interrumpió diciéndole: “Para los escritores como Vd. es muy sencillo escribir porque les viene la Musa y ya está”. Gabriel García Márquez pareció enfadado ante esta expresión ingenua. Golpeó un enorme cesto de mimbre que se hallaba en un rincón de la estancia desparramando por el suelo una considerable cantidad de papeles arrugados. Los presentes nos quedamos sorprendidos. A continuación abrió un cajón de un escritorio y sacó una hoja, tamaño holandesa –inferior a la actual DINA 4- escrita a máquina a doble espacio con algunas tachaduras y exclamó: “Lo que tú, muchacho, llamas inspiración, son ocho horas de trabajo con el resultado de todos estos papeles arrojados a la basura y esta mera hojita escrita y quizás aprovechable”. También se tocó los codos con énfasis expresivo como si quisiera identificarlos con las “musas”... Ya más tranquilo, nos dijo que estaba acabando una novela que se titularía El otoño del patriarca, que le estaba suponiendo mucho esfuerzo desde el año 1968 en que la comenzó, pero ya estaba llegando a su fin. Nos adelantó que trataba de la muerte de un dictador sin especificar nada más. Al mismo tiempo también escribía unos cuentos sin especificar titulo ni nada.
El cierre próximo de los Ferrocarriles Catalanes que tenían que tomar algunos alumnos para regresar a sus casas precipitó el final de este feliz encuentro. Algunos alumnos me comentaron al otro día y ya en clase que el concepto de inspiración del escritor les había decepcionado, pero que ahora lo tenían muy claro. Yo me eché a reír porque siempre les he explicado el mismo concepto y de la misma manera, pero, claro, García Márquez es García Márquez y, sin duda, tiene mucha más credibilidad por ser quién es....
Queridísimo Luís, "dire":
ResponderEliminarNo sé si se acuerda de mí. Soy Paty. El caso es que, hoy mismo, Javier nos ha relatado esta misma anécdota en clase de castellano. Lo realmente bonito sin embargo, ha sido la sonrisa de todos al recordarle a usted. Se le echa de menos.
Un beso y felicidades por el blog.
pAtY