martes, abril 15, 2008

EL AMOR DE ZENOBIA CAMPRUBÍ Y LA POESÍA EN LA VIDA DE JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (PREMIO NOBEL, 1956)













Zenobia Camprubí, la luz de Juan Ramón Jiménez

Hoy toca Juan Ramón Jiménez y de él me gustan dos cosas: Zenobia Camprubí, su mujer, y su poesía. No tengo apuro alguno en decir que me gusta su esposa porque es un ejemplo de compañera ideal que “salvó”, no tengo la menor duda, a su marido de la demencia depresiva y también porque gracias a la traducción que hizo de la poesía del bengalí de Calcuta Rabindranath Tagore –supongo que Juan Ramón también colaboró en esta tarea- conocí y disfruté la obra de este poeta hindú en los pasados años de mi adolescencia. Zenobia lo tradujo tan bien que casi se podría decir que la versión castellana de este poeta es una recreación de tal belleza que bien pudiera superar a la original. De la obra juanramoniana selecciono el poema “Desnuda” porque es aquí donde expresa con meridiana claridad, erotismo sutil y extremada síntesis el concepto que tiene de la poesía.

El conocimiento de Zenobia transformó en muchos sentidos la vida de Juan Ramón Jiménez. La influencia del pensamiento de esta admirable mujer, a la vez independiente y sumisa, de poderosa personalidad y frágil, fue determinante en muchos aspectos en la visión del poeta. Sabemos que era una mujer con un sentido muy práctico y contrapuesto al sentido ideal de la vida de Juan Ramón. Por los testimonios que hay, la renuncia de Juan Ramón a ciertas dimensiones de su vida y de su poesía fue sincera y supuso una depuración de su experiencia personal y de su creación literaria para aproximarse al ideal de la mujer a la que amaba.

Graciela Palau afirma:
"Juan Ramón amó a Zenobia de un modo profundo, apasionado que sólo su obra podía expresar. Por quererla cambió el rumbo de su poesía, la depuró, se depuró y llegó al concepto de la poesía desnuda".

DESNUDA

Vino, primero pura,
vestida de inocencia.
Y la amé como un niño.

Luego se fue vistiendo

de no sé qué ropajes.
Y la fui odiando, sin saberlo.

Llegó a ser una reina,
fastuosa de tesoros...
Qué iracunda de hiel y sin sentido!

...Mas se fue desnudando.
Y yo le sonreía.
Se quedó con la túnica

de su inocencia antigua.
Creí de nuevo en ella.

Y se quitó la túnica
y apareció desnuda toda...
¡Oh pasión de mi vida, poesía
desnuda, mía para siempre!

Este cambio comenzó con una hermosa historia de amor que, aunque con altibajos, concluiría no con la muerte de Zenobia (1956), sino con la de Juan Ramón que la llevó en su corazón hasta el último instante de su vida (1958)

Desde el principio de su matrimonio, Zenobia fue una mujer sencilla, ocupada en las tareas del hogar y muy atenta a todas las actividades culturales de su tiempo. Música, teatro, pintura, ballet,... todo era del interés de Zenobia. Fue administradora, secretaria, enfermera, relaciones públicas, ama de casa. Fue la artesana del diseño de la vida del poeta. Si ella no hubiera organizado su vida, el poeta hubiera caído en una de sus crisis infernales. Y este mundo no se organiza sin un amor compartido.

Zenobia no fue la sombra luminosa de Juan Ramón, Zenobia Camprubí fue su luz. Ella perteneció a un marco social en el que la mujer estaba relegada a un segundo plano. Eran otros tiempos.

Para muchos, Zenobia es el caso más representativo de estas mujeres voluntariamente en la sombra. Que una mujer como Zenobia inteligente, culta, pero sobre todo alegre y fuerte, "salvadora" del poeta perdido, sacrifique su vida por su esposo puede llamar la atención hoy, pero también hay que agradecer a este sacrificio el hecho de que Juan Ramón Jiménez se salvara y pudiera llevar a cabo la labor literaria que nos ha legado. Creo que Rosa Montero publicó un artículo donde Zenobia aparece como una mujer cobarde que sacrifica su talento en aras de un poeta genial. Hay que respetar la decisión de esa mujer que, suponemos, decidió este papel por amor y con entera libertad. Insisto, eran otros tiempos.

Zenobia conocía muy bien cuál era en aquel momento la posición de la mujer que escribía y cuáles sus horizontes. Sabía que la única posibilidad que tenía de escribir era seguir su diario, es decir, dedicarse a la faceta "privada" de la escritura porque a la "pública" ya se dedicaba Juan Ramón. Él es el que escribe y ello impide que Zenobia pueda entregarse a la misma actividad literaria. Varias veces manifiesta su deseo de hacerlo, y no sólo por el gusto de escribir, también para ganarse la vida. Pero nunca llegó a llevarlo a cabo.

Ella se ocupa de todo, de la salud física y mental de poeta, de que sus artículos lleguen a tiempo a las revistas en las que Juan Ramón colaboraba, de las excusas en caso de que no llegaran. Ella estaba junto a él en su creación literaria y dentro de dicha creación, que no hubiese sido la misma sin ella, insisto.

La propia Zenobia reconoció en uno de sus diarios que sin ella "el pusilánime, hipocondríaco, depresivo y neurasténico poeta se habría hundido en un pozo sin fondo (...), pero el día en que juntó su destino con el mío, cambió ese fin. Después de todo, yo soy en parte dueña de mi propia vida, y Juan Ramón no puede vivir la suya aparte de la mía. Y yo no acabo de ver ningún ideal que valga el arrojar una vida, pese a todo lo que se proclama. En esta empresa nuestra, yo siempre he sido Sancho".

Hay que agradecer, y la crítica así lo ha hecho y los lectores también, la importancia de Zenobia en la vida y la obra de Juan Ramón Jiménez. Su sacrificio no fue en vano...

Fuente: Algunas ponencias del Congreso Internacional en Homenaje a Zenobia (Moguer 2001).

2 comentarios:

  1. Preciosa semblanza de una mujer que lo dio todo por su esposo. Un bonito homenaje a Zenobia.

    Gracias.

    B.

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