El 14 de abril de 1931, España tuvo una oportunidad: la proclamación de la II República Española encarnó el sueño de un país capaz de ser mejor que sí mismo, y reunió en un solo esfuerzo a todos los españoles que aspiraban a un porvenir de democracia y de modernidad, de libertad y de justicia, de educación y de progreso, de igualdad y de derechos universales para todos sus conciudadanos. Pero no puedo ser. Falto pedagogía, faltó apoyo y sobraron prisas y errores. El golpe de Estado franquista no habría prosperado si la República hubiera tenido un sólido apoyo en la sociedad española. Sin embargo, el recuerdo del 14 de abril todavía emociona. La actual monarquía parlamentaria se estableció sobre bases sólidas y consensuadas, mientras que la República, con más épica democrática pero menos inteligencia política, fue sólo un breve paréntesis que desembocó en una guerra civil y una dictadura. Este episodio histórico de tan lamentables y duraderas consecuencias no cuestiona el sistema republicano que, sin duda, es el más adecuado y el menos anacrónico de todos los actualmente vigentes.
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Creo que una vez más, la memoria ha sido injusta con este período histórico, se ha olvidado prácticamente de él, como si fuese un error de la Historia, aún cuando fue el primer hito de la entrada de España en la democracia y en la modernidad. Por eso, hay más razones para conmemorar a la II República por sus expectativas de cambio, que cualquier otro periodo anterior, lleno de arcaísmos y de actitudes inmovilistas y conservadoras.
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