Estaba sentado en aparente posición encorvada en el andén del Metro de la Plaza Urquinaona, pero con talante enhiesto y digno por la prestancia celta de sus ancestros. Muchos años desde la última ocasión en que se me apareció el mismo fantasma. Es inconfundible: brazo menguado por un triste y desafortunado lance que nada tiene que ver con la epopeya lepantina del “otro manco” y por eso trata de camuflarlo bajo el capote –otrora poncho mexicano o chalina plateada- de color oscuro indefinido; chistera de alas planas un tanto mugrientas por los bordes laterales; melena hasta la media espalda; estrambótico a más no poder; barbas rizadas, de chivo rubendariniano, canosas y luengas; palidez de figura de museo de cera de madame tussauds; gruesos quevedos de pasta; botines rojos de dandy, marca “Umbral”; muy delgado, famélico diría yo; más que feo se podría matizar que carece del atributo de la belleza y quizás esto explicaría que su vida se vuelca una y otra vez en la obsesión por el encuentro erótico con la mujer bella que, de alguna manera, le añadirá la visión estética que pretende emanar; su figura, con la vestimenta decadente y estrafalaria más el colorido insultante de sus botines le dan un aire diabólico de sátiro satánico.
Siempre le he considerado como un dios creador de personajes rompedores e irreverentes. Ahí están: el Marqués de Bradomín, (acólito de Don Juan, pero “feo, católico y sentimental), Santos Banderas, Máx Estrella, la Niña Chole, Don Juan Manuel de Montenegro...¿Qué puede hacer este fantasma modernista, decadente y trasnochado tan lejos de la calle madroñera del Gato o de la humedad galaica? Aunque demonio, ¿cómo ha descendido hasta los lóbregos infiernos del metropolitano populacheramente ordinario? ¿Qué fue de su linaje y de su hidalguía? ¿Qué fue de su altivez insultante?
Mientras tanto, llega el suburbano, chirrián los frenos, se abren las puertas correderas y me dirijo con el rebaño autómata hacia el penúltimo de los vagones, con la cabeza girada. Me pregunto si el fantasma encorvado es el dios en el que creo, una de sus criaturas singulares que tanto se le asemejan o una alucinación visionaria con ribetes seniles. Siempre me hago un lío cuando trato de desentrañar mis tinieblas...
Siempre le he considerado como un dios creador de personajes rompedores e irreverentes. Ahí están: el Marqués de Bradomín, (acólito de Don Juan, pero “feo, católico y sentimental), Santos Banderas, Máx Estrella, la Niña Chole, Don Juan Manuel de Montenegro...¿Qué puede hacer este fantasma modernista, decadente y trasnochado tan lejos de la calle madroñera del Gato o de la humedad galaica? Aunque demonio, ¿cómo ha descendido hasta los lóbregos infiernos del metropolitano populacheramente ordinario? ¿Qué fue de su linaje y de su hidalguía? ¿Qué fue de su altivez insultante?
Mientras tanto, llega el suburbano, chirrián los frenos, se abren las puertas correderas y me dirijo con el rebaño autómata hacia el penúltimo de los vagones, con la cabeza girada. Me pregunto si el fantasma encorvado es el dios en el que creo, una de sus criaturas singulares que tanto se le asemejan o una alucinación visionaria con ribetes seniles. Siempre me hago un lío cuando trato de desentrañar mis tinieblas...
Supongo que mezclas rasgos de Valle-Inclán con los de su personaje, el Marqués de Bradomín, por los elementos autobiográficos que tienen las Sonatas, ¿no?
ResponderEliminar¿Sabes que han vuelto a colocar los espejos deformadores en la calle del Gato de Madrid? No me consta que haya madroños en dicha calle... Un cordial saludo