para gestionar el aula
De un tiempo a esta parte, los resultados académicos de los alumnos españoles dejan mucho que desear. El informe internacional PISA que mide la madurez de los alumnos que están a punto de finalizar la enseñanza obligatoria viene mostrando las carencias de estos en lectura (2000), en matemáticas (2003) y ahora en formación científica (2006). El prestigio de toda la comunidad docente está en entredicho. En unas comunidades más que en otras. Cataluña sale malparada. Habrá tiempo para analizar los últimos resultados sobre las pruebas llevadas a cabo el pasado año y las diferencias entre unas y otras comunidades. Hoy, sin embargo, quiero abordar otro tema más concreto:
El profesor de instituto y catedrático de pedagogía Enric Romero González ha realizado un estudio sobre las competencias pedagógicas y didácticas del profesorado de ESO y Bachillerato y ha llegado a la conclusión de que el 78,8 % de los docentes reconocen que les falta formación para afrontar las nuevas demandas sociales. Los mismos que consideran que disponen de una buena formación científica y pedagógico-didáctica de su especialidad, se muestran carentes de las herramientas idóneas para gestionar correctamente grupos heterogéneos de alumnos a los que les falta capacidad comunicativa, motivadora y de resolución de conflictos.
El informe, que combina la opinión de expertos del mundo de la docencia con el resultado de 452 encuestas al profesorado de centros públicos y concertados de toda Cataluña, apunta entre las principales causas de este “desamparo” del enseñante a la actual sociedad de consumo, que lleva aparejada una percepción “consumista” de la enseñanza: los alumnos están, en general, poco motivados porque no perciben una relación entre el esfuerzo por el estudio y el “premio” social. Una sociedad, también más permisiva, en que la juventud tiende a alargarse al mismo tiempo que las familias disponen de más limitaciones para ocuparse de sus hijos.
La percepción del profesorado es que le han cambiado la faena para la que se había preparado. Y lo que es peor: “Tiene la sensación de no haber recogido nada de lo que ha sembrado”. Se sienten profundamente decepcionados muchos de los profesores que tienen ahora más de 45 años y que optaron por este trabajo vocacionalmente.
La investigación, supervisada por el catedrático de la U. Autónoma José Tejada Fernández, identifica tres tipos de competencias: las científicas, las didáctico-pedagógicas y las denominadas “relacionales” que tienen que ver con el “saber estar” en el aula, la inteligencia emocional, personal y social, comunicación y trabajo en equipo. Es en relación a este tercer estadio donde el profesorado se muestra más inseguro y poco preparado.
Todo ello se traduce en malestar, salud delicada sometida a tensión emocional y baja autoestima laboral (un 75,6 % así lo suscriben). Mientras un 79 % considera que los problemas del aula se originan fuera, sólo un 42 % creen que el profesorado se autoculpabiliza. Respecto a la posibilidad de ser sometidos a evaluación externa, el 79,2 % se muestra a favor, siempre que haya objetividad y se plantee como elemento de mejora y no “como elemento de sanción o control”. También se considera correcto que haya algún tipo de compensación a la hora de premiar las buenas prácticas. El 68,3 % del profesorado está de acuerdo con que los centros educativos puedan escoger el perfil de profesores que mejor se ajusten a su proyecto y el 85 % coinciden en que el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP) es claramente insuficiente para la capacitación didáctica inicial y apuestan por un Postgrado. El estudio, en una segunda parte, propone el diseño de un proyecto de formación mediante la “gestión por competencias”.
De un tiempo a esta parte, los resultados académicos de los alumnos españoles dejan mucho que desear. El informe internacional PISA que mide la madurez de los alumnos que están a punto de finalizar la enseñanza obligatoria viene mostrando las carencias de estos en lectura (2000), en matemáticas (2003) y ahora en formación científica (2006). El prestigio de toda la comunidad docente está en entredicho. En unas comunidades más que en otras. Cataluña sale malparada. Habrá tiempo para analizar los últimos resultados sobre las pruebas llevadas a cabo el pasado año y las diferencias entre unas y otras comunidades. Hoy, sin embargo, quiero abordar otro tema más concreto:
El profesor de instituto y catedrático de pedagogía Enric Romero González ha realizado un estudio sobre las competencias pedagógicas y didácticas del profesorado de ESO y Bachillerato y ha llegado a la conclusión de que el 78,8 % de los docentes reconocen que les falta formación para afrontar las nuevas demandas sociales. Los mismos que consideran que disponen de una buena formación científica y pedagógico-didáctica de su especialidad, se muestran carentes de las herramientas idóneas para gestionar correctamente grupos heterogéneos de alumnos a los que les falta capacidad comunicativa, motivadora y de resolución de conflictos.
El informe, que combina la opinión de expertos del mundo de la docencia con el resultado de 452 encuestas al profesorado de centros públicos y concertados de toda Cataluña, apunta entre las principales causas de este “desamparo” del enseñante a la actual sociedad de consumo, que lleva aparejada una percepción “consumista” de la enseñanza: los alumnos están, en general, poco motivados porque no perciben una relación entre el esfuerzo por el estudio y el “premio” social. Una sociedad, también más permisiva, en que la juventud tiende a alargarse al mismo tiempo que las familias disponen de más limitaciones para ocuparse de sus hijos.
La percepción del profesorado es que le han cambiado la faena para la que se había preparado. Y lo que es peor: “Tiene la sensación de no haber recogido nada de lo que ha sembrado”. Se sienten profundamente decepcionados muchos de los profesores que tienen ahora más de 45 años y que optaron por este trabajo vocacionalmente.
La investigación, supervisada por el catedrático de la U. Autónoma José Tejada Fernández, identifica tres tipos de competencias: las científicas, las didáctico-pedagógicas y las denominadas “relacionales” que tienen que ver con el “saber estar” en el aula, la inteligencia emocional, personal y social, comunicación y trabajo en equipo. Es en relación a este tercer estadio donde el profesorado se muestra más inseguro y poco preparado.
Todo ello se traduce en malestar, salud delicada sometida a tensión emocional y baja autoestima laboral (un 75,6 % así lo suscriben). Mientras un 79 % considera que los problemas del aula se originan fuera, sólo un 42 % creen que el profesorado se autoculpabiliza. Respecto a la posibilidad de ser sometidos a evaluación externa, el 79,2 % se muestra a favor, siempre que haya objetividad y se plantee como elemento de mejora y no “como elemento de sanción o control”. También se considera correcto que haya algún tipo de compensación a la hora de premiar las buenas prácticas. El 68,3 % del profesorado está de acuerdo con que los centros educativos puedan escoger el perfil de profesores que mejor se ajusten a su proyecto y el 85 % coinciden en que el Certificado de Aptitud Pedagógica (CAP) es claramente insuficiente para la capacitación didáctica inicial y apuestan por un Postgrado. El estudio, en una segunda parte, propone el diseño de un proyecto de formación mediante la “gestión por competencias”.
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