Iglesia de San Salvador Ensangrentado (San Petersburgo)
Capítulo I
“Don Alonso, transformado en Don Quijote, no puede demorar su búsqueda porque el libro de su vida se acerca a la última página y la palabra Fin se vislumbra en su todavía blancor inmaculado. La felicidad, está convencido en su fuero interno, no hay que dejarla al arbitrio de alguna providencia ni tampoco al azar.
El error de Don Quijote es confundir la fantasía y el ensueño con la realidad. A él no le gustó la realidad que le tocó vivir y por eso quiso transformarla a imagen y semejanza de la que le mostraban los libros de caballerías. El fracaso era inevitable. Pero la actitud es, a todas luces, digna de respeto y consideración. Con ella nos quedamos.
Cervantes parece indicar que es fundamental arriesgarse a vivir, a ser persona en el pleno sentido de la palabra, que es necesario atreverse a fracasar. No se trata, por supuesto, de buscar directamente el fracaso, sino de aceptar iluminadamente la realidad y la experiencia del fracaso, ya que la vida, lo queramos o no, se va edificando sobre escombros”.
Irina Volkova tradujo el final de la conferencia con voz musical, pero carente de emoción. Se pueden traducir las palabras, pero no las sensaciones. Algunos de los asistentes parecieron despertar de un cierto letargo mal disimulado. Los aplausos sonaron suaves y arrítmicos. Durante la conferencia pude observar la práctica ausencia de mujeres entre el público asistente. Ahora, calmado, verifiqué la certeza de dicha impresión. Sólo dos mujeres en toda la sala: mi bella y joven traductora, Irina, y Nastia Petrova, secretaria de “La Fundación de Cervantes” de la distinguida Avenida Sampsonievskij de San Petersburgo.
Nastia Petrova se incorporó de su vetusto sillón presidencial de cuero desgastado, dirigió una mirada reverencial al retrato de Nikolai V. Gógol que presidía la Sala de Conferencias, asió el micrófono tensando el cable enredado y pronunció unas palabras con tono enérgico y aire marcial. Irina, más vital ahora, me las tradujo con palabras fluidas. Sólo la narrativa rusa del siglo XIX había recogido la semilla cervantina de dignificar al hombre de edad madura. Citó y leyó unos textos breves de Alexandr Pushkin, Ivan Turgéniev y Fiódor Dostoievsky en los que personajes ya mayores de edad, y carentes de prejuicios, trataban de dar un sentido a sus vidas hasta entonces ordinarias. Igual que Don Alonso Quijano transformado en Don Quijote. Nastia Petrova, dirigiéndose hacia mí, en un castellano aceptable, agradeció mi presencia y la conferencia impartida e invitó al público a intervenir, pero haciendo el ruego expreso de que el tiempo apremiaba y sólo permitiría hasta tres preguntas a condición de que fuesen breves.
Un anciano enjuto, de aspecto un tanto estrafalario, con varias medallas en la pechera de su anticuada americana de amplias solapas levantó la mano blandiendo un gorro de excombatiente de sabe Dios qué guerras. Nastia Petrova le concedió la palabra insistiendo en la brevedad de la intervención. Irina lo acarició con su mirada llena de ternura.
- Yo estuve en la guerra civil española ayudando al bando republicano y me hice amigo de un sargento llamado Alcázar o Alquézar natural de un pueblo que se llamaba... las Masadicas Royas (1). También fui testigo de la batalla de Teruel en 1938
Irina tradujo todo menos el nombre del pueblo y se me quedó mirando con sus hermosos ojos azules o verdes, pero interrogantes y un tanto apesadumbrados. El escollo de la traducción de la expresión “Masadicas Royas” le resultaba insalvable. Yo, gratamente sorprendido, le musité al oído que podía estar tranquila porque aquel nombre, mal pronunciado, me resultaba familiar...
Fragmeno de mi relato corto: De San Petersburgo a las Masadicas Royas (2006)
Capítulo I
“Don Alonso, transformado en Don Quijote, no puede demorar su búsqueda porque el libro de su vida se acerca a la última página y la palabra Fin se vislumbra en su todavía blancor inmaculado. La felicidad, está convencido en su fuero interno, no hay que dejarla al arbitrio de alguna providencia ni tampoco al azar.
El error de Don Quijote es confundir la fantasía y el ensueño con la realidad. A él no le gustó la realidad que le tocó vivir y por eso quiso transformarla a imagen y semejanza de la que le mostraban los libros de caballerías. El fracaso era inevitable. Pero la actitud es, a todas luces, digna de respeto y consideración. Con ella nos quedamos.
Cervantes parece indicar que es fundamental arriesgarse a vivir, a ser persona en el pleno sentido de la palabra, que es necesario atreverse a fracasar. No se trata, por supuesto, de buscar directamente el fracaso, sino de aceptar iluminadamente la realidad y la experiencia del fracaso, ya que la vida, lo queramos o no, se va edificando sobre escombros”.
Irina Volkova tradujo el final de la conferencia con voz musical, pero carente de emoción. Se pueden traducir las palabras, pero no las sensaciones. Algunos de los asistentes parecieron despertar de un cierto letargo mal disimulado. Los aplausos sonaron suaves y arrítmicos. Durante la conferencia pude observar la práctica ausencia de mujeres entre el público asistente. Ahora, calmado, verifiqué la certeza de dicha impresión. Sólo dos mujeres en toda la sala: mi bella y joven traductora, Irina, y Nastia Petrova, secretaria de “La Fundación de Cervantes” de la distinguida Avenida Sampsonievskij de San Petersburgo.
Nastia Petrova se incorporó de su vetusto sillón presidencial de cuero desgastado, dirigió una mirada reverencial al retrato de Nikolai V. Gógol que presidía la Sala de Conferencias, asió el micrófono tensando el cable enredado y pronunció unas palabras con tono enérgico y aire marcial. Irina, más vital ahora, me las tradujo con palabras fluidas. Sólo la narrativa rusa del siglo XIX había recogido la semilla cervantina de dignificar al hombre de edad madura. Citó y leyó unos textos breves de Alexandr Pushkin, Ivan Turgéniev y Fiódor Dostoievsky en los que personajes ya mayores de edad, y carentes de prejuicios, trataban de dar un sentido a sus vidas hasta entonces ordinarias. Igual que Don Alonso Quijano transformado en Don Quijote. Nastia Petrova, dirigiéndose hacia mí, en un castellano aceptable, agradeció mi presencia y la conferencia impartida e invitó al público a intervenir, pero haciendo el ruego expreso de que el tiempo apremiaba y sólo permitiría hasta tres preguntas a condición de que fuesen breves.
Un anciano enjuto, de aspecto un tanto estrafalario, con varias medallas en la pechera de su anticuada americana de amplias solapas levantó la mano blandiendo un gorro de excombatiente de sabe Dios qué guerras. Nastia Petrova le concedió la palabra insistiendo en la brevedad de la intervención. Irina lo acarició con su mirada llena de ternura.
- Yo estuve en la guerra civil española ayudando al bando republicano y me hice amigo de un sargento llamado Alcázar o Alquézar natural de un pueblo que se llamaba... las Masadicas Royas (1). También fui testigo de la batalla de Teruel en 1938
Irina tradujo todo menos el nombre del pueblo y se me quedó mirando con sus hermosos ojos azules o verdes, pero interrogantes y un tanto apesadumbrados. El escollo de la traducción de la expresión “Masadicas Royas” le resultaba insalvable. Yo, gratamente sorprendido, le musité al oído que podía estar tranquila porque aquel nombre, mal pronunciado, me resultaba familiar...
Fragmeno de mi relato corto: De San Petersburgo a las Masadicas Royas (2006)
(1) Nombre primitivo de Andorra (Teruel)
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