Si por intelectual se entiende el que desarrolla una función creativa, tanto en el universo de las ciencias como en el de las artes. ¿Pueden los intelectuales, especialmente aquellos que pertenecen a instituciones académicas intervenir en la esfera política? ¿Deben intervenir en debates políticos? ¿Pueden ser militantes de partidos políticos? ¿Pueden ejercer cargos de gobierno? Este es un debate que se viene repitiendo con cierta periodicidad y que no pierde vigencia. Y viene a colación cuando vemos a intelectuales como Fernando Savater y Mario Vargs Llosa comprometerse con un partido político de reciente creación.
Si partimos de la base de que, en el fondo, el intelectual es un ciudadano como los demás que desea poner su competencia profesional al servicio de su grupo, no hay que cuestionar para nada su participación en política como cualquier otro ciudadano.
Si son auténticos intelectuales -es decir, creativos-, deben parir y expresar ideas interesantes y, por lo tanto, el político puede limitarse a leerlas. Pero puede suceder también que el político advierta que, sobre algunos asuntos, ni él ni los demás tienen las ideas claras -o no saben lo suficiente- y, entonces, el buen político solicitará profundización y nuevas ideas sobre el tema a los intelectuales. En este caso el intelectual puede convertirse en la conciencia crítica de su grupo más que de los demás grupos. Sería algo así como un asesor crítico que goza de libertad e independencia.
Por otro lado, la política, en ocasiones, está tan mal vista que muchos consideran que la politización de los intelectuales equivale a sumergirse en la mediocridad y pérdida de todos sus méritos filosóficos, literarios, científicos....
Fernando Savater, pensador de mucho prestigio al que profeso una gran admiración, publica un libro titulado Elegir la política con el deseo de demostrar la universalidad de los valores frente a credos e identidades particulares. Se trata de un ensayo en el que elogia a la política como el mejor camino para resolver los conflictos. En el fondo, lo que pretende con dicho libro y su pertenencia activa al partido UPD es dignificar la política. Para él una idea política es una forma de hacer, no una forma de ser. En cambio los totalitarismos siempre dicen:
"Nosotros no nos mezclamos con los políticos, no hacemos política; lo que nos define es que somos de tal pueblo o raza, que somos como se debe ser frente a quienes no son lo que deben, hagamos lo que hagamos." (...) “En el País Vasco, ay, tampoco está bien visto meterse en política. Lo íntegro y recomendable es ser muy vasco, muy "de aquí" (categoría superior, como bien ha mostrado Ispizua), muy de los nuestros, o atenerse a alguna etiqueta: vasco-vasco, vasco-español, vasco-francés... y pare usted de contar”.
Y Mario Vargas Llosa, extraordinario novelista al que me precio de conocer, también se involucra una vez más –ya fue candidato presidencial en Perú - en política, esta vez española, apoyando públicamente a UPD con cuyo programa se identifica, especialmente en lo concerniente al antinacionalismo. Él, que ha sido muy cuestionado desde que fracasó como líder de un movimiento liberal avalado por las clases medias de su país natal, justifica la necesidad de participar en política con estas palabras:
“Mi propósito es acercar dos aspectos que muchos escritores de nuestro tiempo en México, en América latina, en el mundo occidental y acaso, en el mundo entero, consideran irritar la una a la otra: la literatura y la política. Y en cierto modo lo son. La literatura no puede estar en ningún caso confinada dentro la actualidad. Una literatura que depende del presente, del ahora, del aquí, es una literatura efímera que perece con lo veloz y transitorio de la actualidad. La literatura tiene que trascenderla, tiene que poder hablar de la misma manera, persuasiva, emocionante, deslumbrante, sorprendente, al lector de hoy y al de mañana. Y al lector de esta sociedad y a los lectores de sociedades muy distintas, con tradiciones, con lenguas, costumbres muy diferentes dentro de aquellas de las cuales esa obra nació. La literatura no puede tener esa dependencia de lo práctico que tiene evitablemente la política. Por el contrario, sirve par sacarnos de esa praxis en la que estamos prisioneros como seres humanos. La política en cambio, es el ahora y el aquí y tiene que ver fundamentalmente con una problemática que nos rodea, que nos acosa, que nos angustia, nos exalta o nos motiva para actuar. Se mide fundamentalmente por sus resultados prácticos. La literatura no. Aunque los que leemos estamos seguros de que la literatura tiene consecuencias prácticas y concretas en nuestra existencia, no podemos probarlo, no hay manera de probar que El Quijote o que La Comedia Humana o que La guerra y la paz hayan contribuido de una manera mensurable, específica a mejorar la vida de los seres humanos”
Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Política y Moral de la UPV, acaba de publicar La virtud en la mirada. Ensayo sobre la admiración moral, donde reivindica la necesidad de un rearme ético para frenar el proceso de “banalización del bien y del mal”. Arteta, miembro fundador del Foro de Ermua y de la plataforma ¡Basta ya!, reitera sus críticas al nacionalismo vasco. Y añade, a manera de justificación: “Los intelectuales hacen política por la galopante degradación de este país”
Si partimos de la base de que, en el fondo, el intelectual es un ciudadano como los demás que desea poner su competencia profesional al servicio de su grupo, no hay que cuestionar para nada su participación en política como cualquier otro ciudadano.
Si son auténticos intelectuales -es decir, creativos-, deben parir y expresar ideas interesantes y, por lo tanto, el político puede limitarse a leerlas. Pero puede suceder también que el político advierta que, sobre algunos asuntos, ni él ni los demás tienen las ideas claras -o no saben lo suficiente- y, entonces, el buen político solicitará profundización y nuevas ideas sobre el tema a los intelectuales. En este caso el intelectual puede convertirse en la conciencia crítica de su grupo más que de los demás grupos. Sería algo así como un asesor crítico que goza de libertad e independencia.
Por otro lado, la política, en ocasiones, está tan mal vista que muchos consideran que la politización de los intelectuales equivale a sumergirse en la mediocridad y pérdida de todos sus méritos filosóficos, literarios, científicos....
Fernando Savater, pensador de mucho prestigio al que profeso una gran admiración, publica un libro titulado Elegir la política con el deseo de demostrar la universalidad de los valores frente a credos e identidades particulares. Se trata de un ensayo en el que elogia a la política como el mejor camino para resolver los conflictos. En el fondo, lo que pretende con dicho libro y su pertenencia activa al partido UPD es dignificar la política. Para él una idea política es una forma de hacer, no una forma de ser. En cambio los totalitarismos siempre dicen:
"Nosotros no nos mezclamos con los políticos, no hacemos política; lo que nos define es que somos de tal pueblo o raza, que somos como se debe ser frente a quienes no son lo que deben, hagamos lo que hagamos." (...) “En el País Vasco, ay, tampoco está bien visto meterse en política. Lo íntegro y recomendable es ser muy vasco, muy "de aquí" (categoría superior, como bien ha mostrado Ispizua), muy de los nuestros, o atenerse a alguna etiqueta: vasco-vasco, vasco-español, vasco-francés... y pare usted de contar”.
Y Mario Vargas Llosa, extraordinario novelista al que me precio de conocer, también se involucra una vez más –ya fue candidato presidencial en Perú - en política, esta vez española, apoyando públicamente a UPD con cuyo programa se identifica, especialmente en lo concerniente al antinacionalismo. Él, que ha sido muy cuestionado desde que fracasó como líder de un movimiento liberal avalado por las clases medias de su país natal, justifica la necesidad de participar en política con estas palabras:
“Mi propósito es acercar dos aspectos que muchos escritores de nuestro tiempo en México, en América latina, en el mundo occidental y acaso, en el mundo entero, consideran irritar la una a la otra: la literatura y la política. Y en cierto modo lo son. La literatura no puede estar en ningún caso confinada dentro la actualidad. Una literatura que depende del presente, del ahora, del aquí, es una literatura efímera que perece con lo veloz y transitorio de la actualidad. La literatura tiene que trascenderla, tiene que poder hablar de la misma manera, persuasiva, emocionante, deslumbrante, sorprendente, al lector de hoy y al de mañana. Y al lector de esta sociedad y a los lectores de sociedades muy distintas, con tradiciones, con lenguas, costumbres muy diferentes dentro de aquellas de las cuales esa obra nació. La literatura no puede tener esa dependencia de lo práctico que tiene evitablemente la política. Por el contrario, sirve par sacarnos de esa praxis en la que estamos prisioneros como seres humanos. La política en cambio, es el ahora y el aquí y tiene que ver fundamentalmente con una problemática que nos rodea, que nos acosa, que nos angustia, nos exalta o nos motiva para actuar. Se mide fundamentalmente por sus resultados prácticos. La literatura no. Aunque los que leemos estamos seguros de que la literatura tiene consecuencias prácticas y concretas en nuestra existencia, no podemos probarlo, no hay manera de probar que El Quijote o que La Comedia Humana o que La guerra y la paz hayan contribuido de una manera mensurable, específica a mejorar la vida de los seres humanos”
Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Política y Moral de la UPV, acaba de publicar La virtud en la mirada. Ensayo sobre la admiración moral, donde reivindica la necesidad de un rearme ético para frenar el proceso de “banalización del bien y del mal”. Arteta, miembro fundador del Foro de Ermua y de la plataforma ¡Basta ya!, reitera sus críticas al nacionalismo vasco. Y añade, a manera de justificación: “Los intelectuales hacen política por la galopante degradación de este país”
Rosa Díez, antigua consejera del gobierno vasco, eurodiputada y socialista de toda la vida, es cuestionada, si acaso, por abandonar su partido y participar en la creación de otro. Actualmente es su portavoz, pero no se descarta que ella sea su cabeza visible una vez constituido el citado partido político. Dicho partido de ámbito claramente nacional se pretende crear con el fin de presentarse como alternativa a los dos partidos nacionales mayoritarios en España, PP y PSOE, en las próximas elecciones generales, regenerar la política española, y plantear una reforma de la ley electora española y de la Constitución, entre otros. Tengo que admitir que Rosa Díez también me cae muy bien. La escuché tiempo atrás en tertulias de la radio y me gusta generalmente lo que dice y el cómo.
Es una lástima que en los partidos políticos – todos- no haya más tolerancia con la autocrítica y las diferencias de criterio. Los que no siguen las líneas directrices que marca la dirección del partido acaban convirtiéndose en conflictos y por iniciativa propia o por fuerza mayor acaban abandonando... Esto dice poco o nada a favor del supuesto funcionamiento democrático de los mismos...
El hecho de que manifieste mi admiración por Fernando Savater, Mario Vargas Llosa y Rosa Díez no quiere decir que dicho sentimiento sea extensible a ese partido que han fundado. La verdad es que, sin negar el derecho a los intelectuales a participar en política, tengo serias dudas de que las limitaciones que parecen conllevar las estructuras de los partidos acaben haciendo mella en estas personas cuyo pensamiento lúcido, profundo e independiente se vea lastrado y condicionado por los llamados intereses partidistas... Y además, todos sabemos por experiencia y ahí está la historia, que la política no es el arte de tener excelentes ideas –en ese caso Savater sería un buen político y hasta gobernante- sino el arte de conseguir que tales ideas produzcan los resultados más óptimos. Son cosas distintas.
(De Boadella, sólo quiero expresar mi admiración por su teatro contra la Dictadura, pero con la Democracia no acaba de ubicarse. A veces da la sensación de hacer teatro en el escenario –normal- y fuera de él –no tan normal-.)
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