Catalanes de nacimiento y de adopcion le debemos mucho a Paco/Francesc Candel
Ayer, por la noche, me enteré de la muerte de Paco Candel gracias al estupendo blog de Josemarco, un buen amigo y excelente escritor. Llevaba bastantes años sin saber de él. Conocí personalmente a Candel cuando vino a dar una charla al colegio Sant Ignasi de Sarriá hace más de treinta años. Los alumnos de COU descubrieron que en Barcelona hay otros mundos. Paco Candel, menudo, con su peculiar barba a lo Hemingway y el pañuelo en el cuello –copiado a Stewart Granger- les habló de la cara oculta de Montjuic en la Zona Franca, del mundo de la inmigración y de las chabolas, para la mayoría de ellos, desconocido y por lo tanto ignorado.
Paco Candel, tratado injustamente por los manuales de Literatura, que apenas lo mencionan, siempre ha sido bien considerado por la prensa, sus vecinos de siempre y también por las Instituciones catalanas. La llamada novela social de los años 40 y 50 está en deuda con Paco Candel. Ignorarlo es injusto. Sus novelas, ajenas a las metáforas de “tiemposilenciosos y ferlosianosjaramas” fue censurado por el franquismo como ningún otro autor. Quizás porque no supo de sutilezas literarias ni escribir entre líneas...
Cataluña, creo, sí ha sabido apreciar la función integradora que llevó a cabo con su ejemplo y con su pluma. Cataluña está de luto porque una persona sin formación académica, que vivió en los suburbios más pobres de Barcelona, contribuyó a que muchos catalanes de adopción se convirtieran en catalanes por voluntad de serlo, en catalanes de pleno derecho, en ciudadanos de la Cataluña, no excluyente, sino acogedora y abierta de todos los tiempos. Candel no tenía estudios académicos pero escribió más de cincuenta libros, practicó el periodismo, fue concejal y senador, sin perder la independencia de espíritu.
Els altres catalanes (1964) es la novela que le dio más prestigio. Más de 15 ediciones. Es un estudio sociológico, un ensayo surgido durante los años de crecimiento económico de Barcelona y que constituyó una auténtico aldabonazo en el campo de la reflexión sobre la configuración social de la ciudad, transformada a causa del fenómeno de la inmigración procedente de las zonas económicamente más deprimidas del Estado español. Barcelona recibió una enorme cantidad de nuevos ciudadanos, unos nuevos catalanes, "los otros", pero instalados en los suburbios de Can Tunis, Verdún o la Trinitat, aislados de la población autóctona. No podían integrarse en la sociedad catalana, un colectivo con una identidad desdibujada. Ante este fenómeno, el autor, un inmigrante más –nació en Casas Bajas, pueblo valenciano del Rincón de Ademuz entre Cuenca y Teruel- relata en un estilo que se mueve entre el ensayo y el reportaje, pleno de lirismo, la realidad cotidiana escondida tras las frías cifras que cuantificaban el proceso migratorio y sus consecuencias socioeconómicas. Los andaluces, murcianos, gallegos y extremeños viven una realidad cotidiana desconectada del resto de la comunidad, que el autor intentará describir a través de una gran cantidad de entrevistas. Aunque el número de los nuevos catalanes sea muy importante, no viven ya en sus sitios de origen, ni tampoco plenamente en el país que los ha acogido. Esta indefinición, ligada a la marginación económica y social de los inmigrantes actúa negativamente en contra suya. Es el desarraigo. Para el autor la integración con el resto de la comunidad es la única solución posible a la dura realidad del aislamiento y de la incomprensión. Más allá de las rivalidades e incomprensiones que siempre y en todas partes caracterizan los contactos entre comunidades humanas, lo cierto es que catalanes e inmigrantes se necesitan mutuamente. Cataluña sólo puede contemplar su futuro como colectivo si resuelve la aclimatación de sus nuevos habitantes, situándolos en un plano de igualdad en todos los ámbitos. Los nuevos catalanes, atados por residencia en el devenir general de la sociedad catalana, sólo podrán progresar en la medida en que colaboren con ésta, no tan sólo en el aspecto económico, sino en el cultural, social y político. Este compromiso entre unos y otros es para el autor un fenómeno habitual en la historia. El escritor no dibuja un panorama idílico de las relaciones entre ambas comunidades. El autor entiende perfectamente el peligro de un enquistamiento crónico de los recién llegados, y teme la posibilidad de que las dos comunidades se cierren en ellas mismas creyendo, los unos, que Cataluña se acaba donde ellos viven y, los otros, que Cataluña no tiene que cambiar de ninguna manera su fisonomía. Candel afirma que los nuevos catalanes tienen que contribuir en la construcción del futuro de la sociedad catalana, no combatirla o desfigurarla. Pide respeto para los inmigrantes, denominados despectivamente "charnegos" por algunos catalanes, respeto por el amor e identificación que sienten por su tierra de adopción a pesar de que no sepan hablar catalán ni participen plenamente de su mundo. Denuncia sus difíciles condiciones de vida, la vergonzante existencia de las barracas, la segregación económica que sufren, pero sin responsabilizar a sus patrones por su catalanidad, sino por sus prácticas empresariales. El catalán como el "nuevo catalán" son dos realidades complementarias de la Cataluña de los años cincuenta y sesenta que están condenadas a entenderse. El tiempo ha dado la razón al autor.
El legado integrador de Candel se podría resumir en tres apartados:
a).- La reciprocidad: Las relaciones entre los que estamos aquí y los que llegan deben ser de igualdad, ya vale de llamarles “nouvinguts” toda la vida.
b).- No imponer. No hace falta obligarles a ser catalanes; la cultura catalana ya es suficientemente atractiva como para que uno quiera formar parte de ella.
Ayer, por la noche, me enteré de la muerte de Paco Candel gracias al estupendo blog de Josemarco, un buen amigo y excelente escritor. Llevaba bastantes años sin saber de él. Conocí personalmente a Candel cuando vino a dar una charla al colegio Sant Ignasi de Sarriá hace más de treinta años. Los alumnos de COU descubrieron que en Barcelona hay otros mundos. Paco Candel, menudo, con su peculiar barba a lo Hemingway y el pañuelo en el cuello –copiado a Stewart Granger- les habló de la cara oculta de Montjuic en la Zona Franca, del mundo de la inmigración y de las chabolas, para la mayoría de ellos, desconocido y por lo tanto ignorado.
Paco Candel, tratado injustamente por los manuales de Literatura, que apenas lo mencionan, siempre ha sido bien considerado por la prensa, sus vecinos de siempre y también por las Instituciones catalanas. La llamada novela social de los años 40 y 50 está en deuda con Paco Candel. Ignorarlo es injusto. Sus novelas, ajenas a las metáforas de “tiemposilenciosos y ferlosianosjaramas” fue censurado por el franquismo como ningún otro autor. Quizás porque no supo de sutilezas literarias ni escribir entre líneas...
Cataluña, creo, sí ha sabido apreciar la función integradora que llevó a cabo con su ejemplo y con su pluma. Cataluña está de luto porque una persona sin formación académica, que vivió en los suburbios más pobres de Barcelona, contribuyó a que muchos catalanes de adopción se convirtieran en catalanes por voluntad de serlo, en catalanes de pleno derecho, en ciudadanos de la Cataluña, no excluyente, sino acogedora y abierta de todos los tiempos. Candel no tenía estudios académicos pero escribió más de cincuenta libros, practicó el periodismo, fue concejal y senador, sin perder la independencia de espíritu.
Els altres catalanes (1964) es la novela que le dio más prestigio. Más de 15 ediciones. Es un estudio sociológico, un ensayo surgido durante los años de crecimiento económico de Barcelona y que constituyó una auténtico aldabonazo en el campo de la reflexión sobre la configuración social de la ciudad, transformada a causa del fenómeno de la inmigración procedente de las zonas económicamente más deprimidas del Estado español. Barcelona recibió una enorme cantidad de nuevos ciudadanos, unos nuevos catalanes, "los otros", pero instalados en los suburbios de Can Tunis, Verdún o la Trinitat, aislados de la población autóctona. No podían integrarse en la sociedad catalana, un colectivo con una identidad desdibujada. Ante este fenómeno, el autor, un inmigrante más –nació en Casas Bajas, pueblo valenciano del Rincón de Ademuz entre Cuenca y Teruel- relata en un estilo que se mueve entre el ensayo y el reportaje, pleno de lirismo, la realidad cotidiana escondida tras las frías cifras que cuantificaban el proceso migratorio y sus consecuencias socioeconómicas. Los andaluces, murcianos, gallegos y extremeños viven una realidad cotidiana desconectada del resto de la comunidad, que el autor intentará describir a través de una gran cantidad de entrevistas. Aunque el número de los nuevos catalanes sea muy importante, no viven ya en sus sitios de origen, ni tampoco plenamente en el país que los ha acogido. Esta indefinición, ligada a la marginación económica y social de los inmigrantes actúa negativamente en contra suya. Es el desarraigo. Para el autor la integración con el resto de la comunidad es la única solución posible a la dura realidad del aislamiento y de la incomprensión. Más allá de las rivalidades e incomprensiones que siempre y en todas partes caracterizan los contactos entre comunidades humanas, lo cierto es que catalanes e inmigrantes se necesitan mutuamente. Cataluña sólo puede contemplar su futuro como colectivo si resuelve la aclimatación de sus nuevos habitantes, situándolos en un plano de igualdad en todos los ámbitos. Los nuevos catalanes, atados por residencia en el devenir general de la sociedad catalana, sólo podrán progresar en la medida en que colaboren con ésta, no tan sólo en el aspecto económico, sino en el cultural, social y político. Este compromiso entre unos y otros es para el autor un fenómeno habitual en la historia. El escritor no dibuja un panorama idílico de las relaciones entre ambas comunidades. El autor entiende perfectamente el peligro de un enquistamiento crónico de los recién llegados, y teme la posibilidad de que las dos comunidades se cierren en ellas mismas creyendo, los unos, que Cataluña se acaba donde ellos viven y, los otros, que Cataluña no tiene que cambiar de ninguna manera su fisonomía. Candel afirma que los nuevos catalanes tienen que contribuir en la construcción del futuro de la sociedad catalana, no combatirla o desfigurarla. Pide respeto para los inmigrantes, denominados despectivamente "charnegos" por algunos catalanes, respeto por el amor e identificación que sienten por su tierra de adopción a pesar de que no sepan hablar catalán ni participen plenamente de su mundo. Denuncia sus difíciles condiciones de vida, la vergonzante existencia de las barracas, la segregación económica que sufren, pero sin responsabilizar a sus patrones por su catalanidad, sino por sus prácticas empresariales. El catalán como el "nuevo catalán" son dos realidades complementarias de la Cataluña de los años cincuenta y sesenta que están condenadas a entenderse. El tiempo ha dado la razón al autor.
El legado integrador de Candel se podría resumir en tres apartados:
a).- La reciprocidad: Las relaciones entre los que estamos aquí y los que llegan deben ser de igualdad, ya vale de llamarles “nouvinguts” toda la vida.
b).- No imponer. No hace falta obligarles a ser catalanes; la cultura catalana ya es suficientemente atractiva como para que uno quiera formar parte de ella.
c).- Fomentar el diálogo y la cooperación. Los inmigrados no son pasivos, tienen cosas que aportar, y para ello hay que hablar y participar con ellos.
Catalanes de nacimiento y de adopción le debemos mucho a Paco Candel...
Catalanes de nacimiento y de adopción le debemos mucho a Paco Candel...
Stewart Granger, español por adopción, vivía en Marbella
ResponderEliminarcandel no es de casas bajas sino de casas altas que esta al lado, lo dice un casasbajero, solo es una correcion
ResponderEliminarMuchas gracias, Eladio, por la matización. A cada cual lo suyo. Un cordial saludo
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