Me gusta el otoño. Los árboles se disputan el mejor color y se desnudan lúbricos de sus adornos de colores calientes, marrones claros y oscuros, ocres, rojos, lilas, amarillos y naranjas... Quieren lucir sus galas ocultas y morir inmolados antes de que llegue el invierno con sus fauces gélidas y su noche interminable. Hay quien dice que la impúdica desnudez de los árboles se debe a la ausencia de hojas que se deshacen para abrir espacio futuro a los ávidos retoños que pintarán de verde el blanco de los ámbitos invernales. Se dicen tantas cosas...Sólo los científicos coinciden en la explicación de estos misterios y dicen palabras raras como clorofila, síntesis, pigmentos carotenoides y autocianinas...Me aburro y me pierdo entre tecnicismos tan letales. Los demás hablamos de paisajes que se tiñen de nostalgias, de cantos de victoria al sacrificio, de silbidos quejumbrosos del viento que va tocando un arpa mágica en las cuerdas de las ramas desoladas... El otoño es el silencio de flores que recogen sus pétalos. Me encantan los cambios en la acuarela de los parques, los jardines, las riberas de los ríos Miravete y La Val, de la Masada Romero, del puente de la Porra...Me conmueve la hoja errante que cae y me roza la frente. El lamento quejumbroso de esos chopos del Cascajar que parecaen gigantes venidos de Cornualles, pero con alma tierna y corazón hueco donde cabemos todos. Las mañanas luminosas y los atardeceres cortos. El cielo intensamente azul más allá de las copas de los chopos con las últimas hojas, más allá de la cruz del castillo sanjuanista que duerme el sueño de los justos impertérrito y todavía con guedejas de altivez caballeresca... Ese color rojo encendido del horizonte, como si fuera una hoguera que prende Dios para ponerle ritmo a su creación. El otoño es un precioso punto final a la travesía de un día que muere con heroísmo ante la noche intensamente oscura, precoz y tenebrosa.
Dicen las leyendas de los indios del este de América del Norte que es en otoño cuando los cazadores celestiales matan el Gran Oso, la sangre del cual cae goteando sobre la tierra y tiñe de rojo las hojas de los árboles. Y cuando estos cazadores se reunen para cocinar la carne de la bestia, la olla se derrama y el caldo cae sobre las hojas, confiriendo un color amarillo.
El otoño es pausa para la meditación...Una fresca tarde otoñal es una canción que se ve, es la revelación del gran secreto de la brevedad de la vida. Nacemos y somos cálidos como el verano, envejecemos y somos pálidos como una hoja de otoño, morimos y somos el espejo del invierno. El otoño es el intermedio entre el pasado del calor y el frío de los finales. Es la estación que nos hace gozar el recuerdo de las flores y nos prepara para el vacío del adiós pasajero o quizás definitivo.
No puedo disimularlo. Me encanta el otoño porque lo comparo con mi propia vida. Una vez tuve la ingenuidad de la primavera, el calor y la altivez del verano, ahora soporto agradecido el recio peso de los años y me acerco silencioso y confiado al encuentro final con el invierno. Después, igual que el mundo en el que vivo, me pregunto con zozobra si me llegará otra primavera con sonrisas en los jardines floreados de la incertidumbre o del olvido. Pero mientras tanto, lo vivo como dice esa genial escritora francesa, George Sand (1) “el otoño es un andante melancólico y gracioso que prepara admirablemente el solemne adagio del invierno”
(1) Seudónimo de Amandine Aurore Lucie Dupin
El Otoño se refleja en tus palabras. Al ir leyendo tu nota, me se siente el aroma otoñal de las hojas crujienten bajo cada pisada.
ResponderEliminarYo tambien soy un amante del otoño, de aquellas tardes sin frio ni calor, con el matiz de las tempranas lluvias de color café y amarillo producto de las hojas danzantes.
http://cesarillanes.blogspot.com
Cottonfiels:
ResponderEliminarGracias por tu comentario. Me alegro de que tengamos cosas en común y prometo visitar tu bitácora
Saludos
Me quedo con los poetas como vos, que no con los científicos...que ahora es otoño aquí, en mi tierra y en el tiempo de mi vida. Tiempo que cree que aún pueden llegar las primaveras...
ResponderEliminarMe ha hechizado este texto lleno de poesía, de sosiego, de sabiduría.
Creo que ya te imaginarás, que no he podido dejar de recordar:
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy,
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,
porque estoy solo
y tengo miedo.
Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer.
Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado.
Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...
Abrazos, desde un litoral en otoño
A Mara y Cuyá:
ResponderEliminarGracias por tus palabras, siempre generosas, y por el regalo de la bella canción de J. Manuel Serrat. Muy apropiada para enriquecer esta entrada.
Besos