viernes, marzo 28, 2008

BIBLIOTECAS DEL MUNDO: MONASTERIO DE EL ESCORIAL (I)


De mis amores confesables, tengo que destacar, entre otros, el que siento por las librerías y bibliotecas. En el mundo hay muchas bibliotecas extraordinarias. Citaré sólo algunas: Nacional de Rusia en San Petersburgo, Pública de Nueva York, Congreso de Washington D.C., El Athenaeum de Boston, Nacional de Praga, Trinity Colleg de Dublín y de Cambridge, Bodleian de Oxford, John Rylands de Manchester, Saint Gall de Suiza, Mazarina y del Senado de París, Riccardiana de Florencia, Vaticano de Roma, Monasterio de Wiblingen en Ulm (Alemania), Abadía benedictina de Admont en Austria, Nacional de Viena, Monasterio Real de San Lorenzo de El Escorial en la provincia de Madrid... Conozco casi todas las citadas y he omitido bastantes de menor entidad...Las que más frecuento actualmente y, para mí, más entrañables de todas, son la Provincial ubicada en la Universidad de Barcelona y la Jaume Fuster de mi barrio en Barcelona.

Felipe II confió el Monasterio de El Escorial a la orden de los jerónimos, que sólo aceptaba novicios de “sangre azul” y conocida sobre todo por su técnica de canto coral. Los libros de la Biblioteca tenían que estar al servicio de los monjes y “a disposición de todos los hombres de letras que puedan desear ir a leerlos”. El alejamiento del Monasterio de todo, aún más evidente en aquella época que ahora, hacía ese deseo muy hipotético y llevó al poeta fray Luis de León a decir: “Esos libros serán tesoros enterrados”. El Escorial, considerado durante muchos años por los españoles como la “octava maravilla del mundo” tiene forma de parrilla para recordar el martirio de San Lorenzo. El monasterio, de una rara austeridad y una nobleza real, grandioso en lo que a sus dimensiones se refiere, está construido en piedra clara, ocupa una superficie de 45.000 m2 y cuenta con 15 claustros, 300 celdas, 86 escaleras, 9 torres, 14 vestíbulos, 1.200 puertas...El proyecto original del rey era de espíritu humanista. Para él, el saber no residía sólo en los libros sino también en los mapas mapamundis, las pinturas, los instrumentos científicos y las mil curiosidades y maravillas que sus barcos le traían de las expediciones a tierras lejanas. Cinco salas, repartidas en dos pisos, componen el conjunto de la biblioteca real.

La sala principal, salón de los Impresos, cuya florida decoración contrasta fuertemente con la austeridad arquitectónica, sorprende por el escaso número de obras que alberga pese a sus considerables dimensiones. La bóveda de cañón se divide en siete compartimentos que ilustran las siete artes liberales: la gramática, la retórica, la dialéctica, la aritmética, la música, la geometría y la astronomía. El salón superior, justo en el piso de arriba, contenía en tiempos pasados libros prohibidos e incautados por la Inquisición. El salón de verano contiene los manuscritos griegos, latinos y árabes. Las otras salas albergan manuscritos, cuadros alegóricos sobre las artes liberales, retratos de personajes ilustres, catálogos, etc.

Si bien el fondo actual de la biblioteca real no supera las 45.000 obras impresas, posee 5.000 manuscritos de extraordinaria calidad. Felipe II, auténtico bibliófilo, era un apasionado de estas obras. Un incendio en 1671 acabó con muchas de estas obras. A los monjes no se les ocurrió otra cosa que lanzar los libros por la ventana para salvarlos del fuego. Posteriormente, los franceses de José Bonaparte saquearon el monasterio. No olvidemos que dicho monasterio se erigió para celebrar la victoria de San Quintín (1557) sobre los franceses. En 1885, los agustinos se hicieron cargo de la Biblioteca y llevaron a cabo una catalogación y reorganización a fondo. El fondo de la misma contiene una de las manifestaciones más brillantes de la Edad de Oro española.





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