El sentido del ridículo es el último recurso de la inteligencia para salvaguardar la dignidad humana. Sin él, todo se torna absurdo, simiesco. El problema, sin embargo, radica en saber hasta qué punto este sentido peca por exceso o por defecto. Ambos extremos son indeseables.
Todos conocemos a personas que están muy pendientes y preocupadas por no hacer algo inconveniente en presencia de los demás. Si ellos o sus acompañantes llevan a cabo alguna extravagancia social, piensan que se han expuesto al ridículo público y que, por tanto, resultan molestos y fuera de lugar, y pueden ser sometidos a la burla o al desprecio de las personas presentes mientras “hacían el ridículo”. Este tipo de situaciones les generan una gran ansiedad, temor y vergüenza. A otros, con un sentido del humor más acentuado, las mismas experiencias les pueden resultar hasta divertidas.
La inseguridad, la timidez, la posible autosugestión infundada y una sobrevaloración de los convencionalismos sociales, así como un exceso de sensibilidad frente a lo que puedan opinar los demás de uno mismo son características propias de estas personas. A veces, la causa de este conflicto radica en la falta de habilidad y de experiencia en actividades que impliquen cierto grado de relación social. En los casos extremos se puede llegar a sufrir una especie de “fobia social” que impide a la persona superar tal angustia.
Por el contrario, la falta absoluta del sentido del ridículo es propia de una personalidad asocial, en la que existe un exagerado desprecio por las normas sociales y una falta de respeto por los demás.
La solución de este problema, como de tantos, está en tener un sentido del ridículo que pueda ubicarse en esa posición imprecisa a la que llamamos centro o equidistancia de los dos casos mencionados que permita abordar experiencias sociales con solvencia. Esto sabe a humo, pero es así de claro y de difuso. Con el tiempo y con la experiencia acumulada vas comprobando que muchos temores son infundados y que las normas sociales están cargadas de prejuicios, fruto de una sociedad hipócrita y cínica, y esta convicción te libera en gran medida de parte de esa vergüenza. Pero como decía al principio, el sentido del ridículo ponderado e inteligente te libera de perder la poca o mucha dignidad humana que puedas haber acumulado. Otra cosa es que ésta sea real o imaginaria.
Todos conocemos a personas que están muy pendientes y preocupadas por no hacer algo inconveniente en presencia de los demás. Si ellos o sus acompañantes llevan a cabo alguna extravagancia social, piensan que se han expuesto al ridículo público y que, por tanto, resultan molestos y fuera de lugar, y pueden ser sometidos a la burla o al desprecio de las personas presentes mientras “hacían el ridículo”. Este tipo de situaciones les generan una gran ansiedad, temor y vergüenza. A otros, con un sentido del humor más acentuado, las mismas experiencias les pueden resultar hasta divertidas.
La inseguridad, la timidez, la posible autosugestión infundada y una sobrevaloración de los convencionalismos sociales, así como un exceso de sensibilidad frente a lo que puedan opinar los demás de uno mismo son características propias de estas personas. A veces, la causa de este conflicto radica en la falta de habilidad y de experiencia en actividades que impliquen cierto grado de relación social. En los casos extremos se puede llegar a sufrir una especie de “fobia social” que impide a la persona superar tal angustia.
Por el contrario, la falta absoluta del sentido del ridículo es propia de una personalidad asocial, en la que existe un exagerado desprecio por las normas sociales y una falta de respeto por los demás.
La solución de este problema, como de tantos, está en tener un sentido del ridículo que pueda ubicarse en esa posición imprecisa a la que llamamos centro o equidistancia de los dos casos mencionados que permita abordar experiencias sociales con solvencia. Esto sabe a humo, pero es así de claro y de difuso. Con el tiempo y con la experiencia acumulada vas comprobando que muchos temores son infundados y que las normas sociales están cargadas de prejuicios, fruto de una sociedad hipócrita y cínica, y esta convicción te libera en gran medida de parte de esa vergüenza. Pero como decía al principio, el sentido del ridículo ponderado e inteligente te libera de perder la poca o mucha dignidad humana que puedas haber acumulado. Otra cosa es que ésta sea real o imaginaria.
Muy interesante esta entrada, Luis Antonio, lo cierto es que mi opinión acerca del sentido del ridículo se acerca más "al miedo a una reacción por parte de los demás"al hecho de fracasar, creo que es esto más o menos a lo que te refieres, pero también creo que además de inseguridad y timidez, la "sobrevaloración de uno mismo" también te lleva a sentir ridículo.
ResponderEliminarY como bien dices esta sociedad hipócrita y llena de prejuicios estimula este sentimiento, yo diría más :la incultura se atreve a valorar y a reirse de aquello que no entiende.
De ahí que existan personas carentes del sentido de ridículo , no por ello criticable, pero sí que no encajan en esta sociedad absurda e hipócrita como tu bien dices.Recuerdo al gran Groucho Marx,inteligente, audaz, atrevido, y sin ningún sentido del ridídulo.
De este tema podríamos disertar mucho, pero no voy a hacer un comentario más largo que un post sería de mala educación, pero me encanta, por eso lo voy a dejar aquí.
No sin antes agradecerte tu comentario y agregarme en tus enlaces como ya te he escrito en mi blog siempre es agradable ver que los demás aprecian tu trabajo.
Por cierto yo admiro el tuyo, es muy dificil ser profesor en una sociedad tan poco agradecida a la cultura.
Como siempre es un placer, leerte y compartir contigo pensamientos.
Cariñosamente.
Lisebe: Me ha gustado tu comentario y te agradezco la generosidad que has tenido al hacerlo extenso. La mala educación es otra cosa.
ResponderEliminarRespecto a la profesión docente, te aseguro que es muy gratificante cuando gusta.
Un saludo afectuoso
Yo tengo un enorme sentido del ridículo desde muy pequeña, y nunca he podido evitarlo. Pero como dice Lisebe, al menos en mi caso se trata más de una reacción al hecho de mostrarme ante los demás (y eso es fruto de mi timidez patológica), que el miedo al fracaso. Eso me lo pregunto mucho: "¿Qué pensarán los demás de mí si hago esto o aquello?", y comprendo que no es bueno, pero no puedo evitarlo.
ResponderEliminarQuerido Luis Antonio:
ResponderEliminarHoy, aqui sentada, he encontrado tu anotación, con la que estoy más o menos deacuerdo, ya que ese punto intermedio, desde mi modesto punto de vista, en ocasiones varia según las circunstancias.No obstante, me pregunto ¿Para que sirve el absurdo sentido del rídiculo?¿Acaso, en situaciónes extremas, nos acordamos de él?.
Me imagino poniendome de parto en mitad de una calle abarrotada de gente:¿Impediría ese "rídiculo" ese acto natural poniendo en riesgo lo que mas quiero que es mi propia vida y la de mi hij@?
Cada cual debe saber quien es, que quiere y donde quiere llegar...¡La vida es tan corta!Perder el tiempo en pensar lo que puedan pensar "gente", que solo ellas cierran las puertas a gente con la cabeza alta, digna, y llamemoslo así,"que van de frente" llamando las cosas por su nombre, sin ofender, herir ni molestar a nadie, es, cuanto menos, malgastar el propio tiempo del ahora.
Sólo sé, que, a quién importo y me importa, me ama y quiero,saben quien y como soy...Esos estan en mi corazon porque yo le he abierto sus puertas y ellos disfrutan (mejor disfrutamos) de los afectos.El resto, me importa bien poco.
Y,sólo añadirte, que en demasiadas ocasiones he pensado que no soy de este tiempo ni de este lugar, que soy normal pero no corriente, y que es, lamentablemente
penoso que exista tanta gente vulgarmente corriente.
Un cordial saludo, y esperando tu comentario
Esther
Esther: Te contestaré, como te mereces, mañana o pasado. Mientras, recibe un cariñoso abrazo y mi gratitud por tus palabras
ResponderEliminarEsther:
ResponderEliminarHe leído con atención tu comentario y no tengo nada que objetar. Te explicas con claridad y abordas una serie de circunstancias concretas en las que yo no pensaba cuando escribí esta entrada.
En modo alguno me considero totalmente seguro de lo que manifiesto en un momento o en otro. A decir verdad, no creo en las verdades absolutas; por eso estas bitácoras tienen sentido si se valora conjuntamente tanto la entrada ocmo los comentarios añadidos.
Respecto a la existencia de una mayoría corriente es consecuencia, creo, del acceso que hayan podido tener o no a la cultura.
Gracias por tu visita y espero que no sea la última
Creo que los americanos no tienen el sentido del ridiculo....Lo que dicen de él...los "antitrump"....Las casricaturas que le ponen....No sé si en España nos atreveriamos ha hacerlo con algún político... al menos tan exageradamente....
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