Desde el comienzo de la Biblia aparece muy estrecho el nexo entre sentimiento de pudor y sentido de pecado. En la perspectiva bíblica, el pudor aparece esencialmente dirigido a la protección de la esfera sexual contra el desorden introducido en ella por el pecado, no sin que se vislumbre todavía una finalidad distinta y más profunda del pudor, como delimitación y al mismo tiempo como respeto de una zona de intimidad y de recato de la persona, que a nadie le es lícito traspasar.
En la tradición cristiana, dentro de los lógicos condicionamientos determinados por el ambiente, y sobre todo por las costumbres sexuales de la época en que se movieron los escritores inspirados, tienen en general una visión serena y equilibrada de la corporeidad y de la sexualidad. La ostentación impúdica del propio cuerpo y la misma desnudez son condenadas, no ya en virtud de una repulsa radical de la corporeidad, sino para impedir que ella, reducida a objeto de la pasión, quede colocada fuera de un contexto de amor y de entrega y, por tanto, de reciprocidad.
El pudor, entendido como sentimiento de recato y de vergüenza, especialmente en lo que se refiere a la esfera sexual, representa un elemento fundamental de la personalidad. Se relaciona por un lado con la sexualidad, por otro con la esfera íntima de la personalidad, y está emparentado con los sentimientos de vergüenza, de recato, de reserva y, en general, con todo lo que atañe al respeto de la intimidad de cada uno.
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Tras leer el articulo de José Antonio Molina titulado “El pudor como dignidad” se me enciende una luz bastante clarificadora. El pudor, a la manera tradicional, está poco presente en la sociedad actual. Sin embargo Marina dice que deberíamos recuperar el sentimiento del pudor, pero rediseñándolo. El pudor no es lo anterior, lo que nos han enseñado, la vergüenza atada al sexo, es algo distinto y más profundo. “El nuevo sentimiento de pudor no debería relacionarse con el miedo a ser visto o juzgado , o con un recelo hacia el cuerpo, sino que debería fundarse en el respeto debido a la dignidad propia y ajena. Así entendido, el pudor sería la vergüenza que nos impediría realizar actos indignos”. Los demás pudores, los que nos enseñaron a los que “pintamos canas” no deben pervivir porque no son más que supersticiones...
Qué razón encierra tu reflexión... A mí me da mucho más pudor -y vergüenza ajena- la mala educación de muchos, o su prepotencia, que ver un culo o una teta al aire. Te lo juro.
ResponderEliminar(Te he dejado en mi entrada "Victoria", de hace unos días, algo de la información que me pedías sobre mi libro, "Recorrido sentimental por la ciudad de Cádiz", que ya se puede adquirir por internet, en www.edicionesabsalon.com. Por cierto, que si no te importa, pondré un enlace de tu blog en el mío.)
Besos,
B.
La chica de la foto, a pesar de que lleva un jersey muy casto, resulta poco pudorosa, ¿no? Sin duda, no es de nuestra generación. Su mirada es una auténtica invitación a quitarle la ropa. Lo mejor del post, sin duda...
ResponderEliminarSaludos
Vaya uñas que gasta la chica. Cuidadín...
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