La noticia de la agresión a una chica ecuatoriana de 16 años en un convoy de FGC ha saltado a los medios y todos hemos podido ver la escena filmada por cámaras en las distintas cadenas de TV. Esta grabación le ha dado a la noticia una trascendencia considerable y creo que no podemos escurrir el bulto a la hora de comentar estos hechos lamentables. Esperemos que la Justicia esté a la altura de las circunstancias y castigue con el máximo rigor semejante canallada que nos llena a todos bien nacidos de vergüenza y sinsabor.
Hasta hace no muchos años los españoles nos vanagloriábamos de no ser racistas, gitanos aparte, a diferencia de otros países. Y solíamos citar a EEUU como ejemplo de lo que no debía ser. También omitíamos los hechos históricos de la expulsión de judíos y moriscos. Quizás lo hacíamos por ignorancia o por suceder en tiempos pretéritos que nos resultaban ajenos. La cuestión era testimoniar con orgullo que en nuestro país no sucedían esas cosas. Incluso, recuerdo que una compañera manifestaba su admiración incondicional por Sydney Poitier...
Ya en el otoño del 2007, el hecho de la inmigración masiva en España es una realidad de tal calibre que, sin duda, se ha convertido en un serio conflicto que provoca reacciones de todos los signos en lo que podríamos llamar población autóctona.
Es evidente, y no seré yo quien diga lo contrario, que lo diferente y extraño provoca ciertos temores irracionales y alteraciones poco explicables; pero precisamente porque esto es así, hay que hacer lo imposible para evitar que tales sentimientos totalmente injustificados de repulsa se instalen en nosotros mismos.
Que hay delincuentes y criminales de raza negra, mora y sudamericana, nadie lo pone en duda. Y blancos, de los nuestros como diría alguien, ¿no los hay también? Incluso me atrevería a decir que los blancos, cuando se apartan de la ley, no tienen tantos atenuantes como los inmigrantes que se hallan en situación más marginal.
El envejecimiento de la población europea occidental y el rechazo de empleos considerados de bajo nivel porque ensucian las manos unido a la tremenda necesidad que existe en el Tercer Mundo constituyen un cúmulo de intereses mutuos que explican tales éxodos migratorios hacia estos países. El beneficio es común. Y la economía, nadie entendido lo discute, mejora. Hasta deberíamos estarles agradecidos... Ese beneficio se ve ensombrecido por una evidencia: la inmigración también trae consigo problemas provocados por las diferencias culturales y religiosas que se agravan con las intransigencias de unos y de otros. Si no se aplica una política de integración eficaz y se permite que los inmigrantes vivan en guetos, la aparición de movimientos de ultraderecha y xenófobos acabaran calando sobre todo en algunos sectores jóvenes. Ahí están los sucesos que periódicamente saltan a la luz pública.
La inmigración, dicen los expertos, siempre ha existido, existirá y puede aumentar. La solución, por la que claman algunos, de impedir la entrada mediante muros y vallas de espinos, no resuelve nada. No se pueden poner puertas al mar. Hay que regularla y contemplar, sin prejuicios, los beneficios mutuos de la inmigración: tanto por lo que respecta a los derechos del inmigrado a una vida digna como al de desarrollo de los países de origen. Tampoco se trata de abrir fronteras indiscriminadamente ni de papeles para todos. Se trata, eso sí, de llevar a cabo una gestión que respete los derechos humanos. Muchos emigrantes vienen porque saben que hay empresarios dispuestos a contratarlos, pero la bolsa de trabajo es irregular y se generan pobreza, exclusiones y tensiones sociales. La contratación irregular debe impedirse ya de una vez para que sólo con papeles y permisos se pueda trabajar legalmente. Lo mismo hay que hacer con la contratación temporal.
Con actitudes racistas y xenófobas no se resuelve nada. Al contrario. Con las personas que tienen esos odios viscerales hacia los diferentes no hay que tener ningún tipo de contemplación ni tolerancia. No se pueden aplaudir tales agresiones, como la citada al inicio de este escrito, ni manifestar indiferencia como si el asunto no fuese con nosotros. Hechos como ese, similares, o más graves se producen cotidianamente. Es una vergüenza que tales actitudes no nos afecten profundamente. O nos consideramos todos inmigrantes para hacer propio el problema o no lo resolveremos...
Hoy mismo, acabo de enterarme, la prensa trae también otro episodio, esta vez, gratificante: “Un centenar de pasajeros se amotina contra el revisor de un tren en Girona por su actitud "racista" hacia un viajero negro”. Este es el camino si no se atienen a razones...
Hasta hace no muchos años los españoles nos vanagloriábamos de no ser racistas, gitanos aparte, a diferencia de otros países. Y solíamos citar a EEUU como ejemplo de lo que no debía ser. También omitíamos los hechos históricos de la expulsión de judíos y moriscos. Quizás lo hacíamos por ignorancia o por suceder en tiempos pretéritos que nos resultaban ajenos. La cuestión era testimoniar con orgullo que en nuestro país no sucedían esas cosas. Incluso, recuerdo que una compañera manifestaba su admiración incondicional por Sydney Poitier...
Ya en el otoño del 2007, el hecho de la inmigración masiva en España es una realidad de tal calibre que, sin duda, se ha convertido en un serio conflicto que provoca reacciones de todos los signos en lo que podríamos llamar población autóctona.
Es evidente, y no seré yo quien diga lo contrario, que lo diferente y extraño provoca ciertos temores irracionales y alteraciones poco explicables; pero precisamente porque esto es así, hay que hacer lo imposible para evitar que tales sentimientos totalmente injustificados de repulsa se instalen en nosotros mismos.
Que hay delincuentes y criminales de raza negra, mora y sudamericana, nadie lo pone en duda. Y blancos, de los nuestros como diría alguien, ¿no los hay también? Incluso me atrevería a decir que los blancos, cuando se apartan de la ley, no tienen tantos atenuantes como los inmigrantes que se hallan en situación más marginal.
El envejecimiento de la población europea occidental y el rechazo de empleos considerados de bajo nivel porque ensucian las manos unido a la tremenda necesidad que existe en el Tercer Mundo constituyen un cúmulo de intereses mutuos que explican tales éxodos migratorios hacia estos países. El beneficio es común. Y la economía, nadie entendido lo discute, mejora. Hasta deberíamos estarles agradecidos... Ese beneficio se ve ensombrecido por una evidencia: la inmigración también trae consigo problemas provocados por las diferencias culturales y religiosas que se agravan con las intransigencias de unos y de otros. Si no se aplica una política de integración eficaz y se permite que los inmigrantes vivan en guetos, la aparición de movimientos de ultraderecha y xenófobos acabaran calando sobre todo en algunos sectores jóvenes. Ahí están los sucesos que periódicamente saltan a la luz pública.
La inmigración, dicen los expertos, siempre ha existido, existirá y puede aumentar. La solución, por la que claman algunos, de impedir la entrada mediante muros y vallas de espinos, no resuelve nada. No se pueden poner puertas al mar. Hay que regularla y contemplar, sin prejuicios, los beneficios mutuos de la inmigración: tanto por lo que respecta a los derechos del inmigrado a una vida digna como al de desarrollo de los países de origen. Tampoco se trata de abrir fronteras indiscriminadamente ni de papeles para todos. Se trata, eso sí, de llevar a cabo una gestión que respete los derechos humanos. Muchos emigrantes vienen porque saben que hay empresarios dispuestos a contratarlos, pero la bolsa de trabajo es irregular y se generan pobreza, exclusiones y tensiones sociales. La contratación irregular debe impedirse ya de una vez para que sólo con papeles y permisos se pueda trabajar legalmente. Lo mismo hay que hacer con la contratación temporal.
Con actitudes racistas y xenófobas no se resuelve nada. Al contrario. Con las personas que tienen esos odios viscerales hacia los diferentes no hay que tener ningún tipo de contemplación ni tolerancia. No se pueden aplaudir tales agresiones, como la citada al inicio de este escrito, ni manifestar indiferencia como si el asunto no fuese con nosotros. Hechos como ese, similares, o más graves se producen cotidianamente. Es una vergüenza que tales actitudes no nos afecten profundamente. O nos consideramos todos inmigrantes para hacer propio el problema o no lo resolveremos...
Hoy mismo, acabo de enterarme, la prensa trae también otro episodio, esta vez, gratificante: “Un centenar de pasajeros se amotina contra el revisor de un tren en Girona por su actitud "racista" hacia un viajero negro”. Este es el camino si no se atienen a razones...
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