Ayer estuve viendo la película “El orfanato”. La expectación y publicidad con la que se ha estrenado sí que me animó a verla cuanto antes. No he leído ninguna crítica y me apresuro a escribir mis impresiones antes de que se contaminen con otras más profesionales y razonadas. Adelanto que me gusta el cine, pero no me considero entendido ni muchísimo menos. A decir verdad, la mayor motivación que sentía por ver esta película era Belén Rueda. Siento debilidad por esta presentadora de TV y actriz, aunque su trayectoria en comedias y series televisivas de relativa calidad no sean lo mejor de su currículum. Cierto que en “Mar adentro” ya mostró buena predisposición para el drama.
En “El orfanato”, el matrimonio formado por Laura (Belén Rueda) y Carlos (Fernando Cayo), acude junto a su hijo adoptivo, Simón (Roger Príncep) al edificio que da nombre a la película, donde ella, abandonada por sus padres, fue criada junto a otro grupo de niños a los que renunciaron sus padres. Su idea es la de rehabilitar el sobrecogedor hospicio para acoger a niños deficientes. Cuando Simón comienza a dejarse llevar por unos extraños juegos con unos niños invisibles que generan en su madre gran nerviosismo e inquietud, la amenaza de algo imprevisible se deja sentir en aquel recinto sombrío. Simón desaparece el mismo día en que se inaugura el nuevo orfanato y ante la inutilidad de las pesquisas policiales, Laura inicia un descenso personal a un infierno aterrador y espectral, que entronca directamente con su pasado al tener mucho que ver con sus propias vivencias infantiles en el viejo caserón asturiano.
Hecha esta introducción, sin ánimo de reventar la película explicando más de lo debido, tengo que confesar que no me ha gustado la historia que desarrolla ni el guión en que se concreta. A decir verdad, me ha decepcionado. Adelanto que no soy ningún forofo del cine de terror ni de los espíritus de ultratumba que rompen su lógico silencio eterno para venir a incordiar a los vivos como si no tuviéramos bastante ya con estos.
Los altibajos son considerables. Y, aunque se crea una cierta curiosidad por ver el transcurrir de los acontecimientos, la verdad es que el desenlace no puede ser más descorazonador por lo previsible que acaba siendo.
No me ha gustado la relación que mantienen Laura y Carlos ante un problema común. La interpretación de Fernando Cayo es floja y el papel que le toca interpretar, poco natural. La utilización de puertas que se abren y se cierran o de unos ubicuos efectos sonoros se podría haber evitado fácilmente porque no aportan ninguna novedad. La escena de la terapia de grupo en una lóbrega aula llena de sombras y personajes traumatizados de una escuela supuestamente asturiana es, supongo, del gusto del cine americano, pero con el ingrediente del esperpento hispano, resulta ridícula. La fiesta de inauguración del orfanato con la mayoría de los asistentes disfrazados resulta también fuera de lugar, inapropiada e inverosímil. Todos eso de la fiesta campestre y el ornamento con globitos y tal está fuera del contexto lugareño, aunque sea un tópico obligado en una película de Hollywood. La recurrencia a la médium (Geraldine Chaplin) y el experto en cuestiones paranormales en un intento de entablar comunicación con los seres del más allá es una auténtica astracanada. Los artilugios, supuestamente técnicos, resultan anticuados y un tanto estrafalarios.
Y sin embargo, no estoy arrepentido de haber visto esta película. El filme reposa casi por completo sobre los hombros de Belén Rueda, que afronta el papel de esta mujer dura y decidida con sorprendente sobriedad, de gestos contenidos pero con una gran carga emotiva, máxime teniendo en cuenta que el niño al que busca sin parar, a pensar en los peligros y consecuencias, ni siquiera es su hijo biológico. También hay que destacar la interpretación del niño (Roger Príncep) y de Geraldine Chaplin en su corto papel de médium arrugada. El vetusto caserón en un entorno frío, lluvioso, acerado y sobrecogedor y la presencia de niños con deficiencias varias suscitan de por sí cierto temor en los espectadores. Los chirridos de goznes, los portazos, los crujidos y las cacofonías sobraban. A estas alturas resultan recursos frívolos y manidos. Belén Rueda aparece en el 95 por ciento de la película. Sus 42 años maravillosamente llevados, su belleza, su estilo, la profundidad de su mirada azul y su nueva casta de actriz dramática son motivos suficientes para salir con una sensación que dulcifica y atempera todos los anteriores sinsabores expuestos. Por supuesto, le deseo todos los galardones del mundo. Y, en cuanto al director Juan A. Bayona, hay que reconocer que para tratarse de su ópera prima, no está nada mal. Creo que tiene futuro porque no le van a faltar oportunidades.
En “El orfanato”, el matrimonio formado por Laura (Belén Rueda) y Carlos (Fernando Cayo), acude junto a su hijo adoptivo, Simón (Roger Príncep) al edificio que da nombre a la película, donde ella, abandonada por sus padres, fue criada junto a otro grupo de niños a los que renunciaron sus padres. Su idea es la de rehabilitar el sobrecogedor hospicio para acoger a niños deficientes. Cuando Simón comienza a dejarse llevar por unos extraños juegos con unos niños invisibles que generan en su madre gran nerviosismo e inquietud, la amenaza de algo imprevisible se deja sentir en aquel recinto sombrío. Simón desaparece el mismo día en que se inaugura el nuevo orfanato y ante la inutilidad de las pesquisas policiales, Laura inicia un descenso personal a un infierno aterrador y espectral, que entronca directamente con su pasado al tener mucho que ver con sus propias vivencias infantiles en el viejo caserón asturiano.
Hecha esta introducción, sin ánimo de reventar la película explicando más de lo debido, tengo que confesar que no me ha gustado la historia que desarrolla ni el guión en que se concreta. A decir verdad, me ha decepcionado. Adelanto que no soy ningún forofo del cine de terror ni de los espíritus de ultratumba que rompen su lógico silencio eterno para venir a incordiar a los vivos como si no tuviéramos bastante ya con estos.
Los altibajos son considerables. Y, aunque se crea una cierta curiosidad por ver el transcurrir de los acontecimientos, la verdad es que el desenlace no puede ser más descorazonador por lo previsible que acaba siendo.
No me ha gustado la relación que mantienen Laura y Carlos ante un problema común. La interpretación de Fernando Cayo es floja y el papel que le toca interpretar, poco natural. La utilización de puertas que se abren y se cierran o de unos ubicuos efectos sonoros se podría haber evitado fácilmente porque no aportan ninguna novedad. La escena de la terapia de grupo en una lóbrega aula llena de sombras y personajes traumatizados de una escuela supuestamente asturiana es, supongo, del gusto del cine americano, pero con el ingrediente del esperpento hispano, resulta ridícula. La fiesta de inauguración del orfanato con la mayoría de los asistentes disfrazados resulta también fuera de lugar, inapropiada e inverosímil. Todos eso de la fiesta campestre y el ornamento con globitos y tal está fuera del contexto lugareño, aunque sea un tópico obligado en una película de Hollywood. La recurrencia a la médium (Geraldine Chaplin) y el experto en cuestiones paranormales en un intento de entablar comunicación con los seres del más allá es una auténtica astracanada. Los artilugios, supuestamente técnicos, resultan anticuados y un tanto estrafalarios.
Y sin embargo, no estoy arrepentido de haber visto esta película. El filme reposa casi por completo sobre los hombros de Belén Rueda, que afronta el papel de esta mujer dura y decidida con sorprendente sobriedad, de gestos contenidos pero con una gran carga emotiva, máxime teniendo en cuenta que el niño al que busca sin parar, a pensar en los peligros y consecuencias, ni siquiera es su hijo biológico. También hay que destacar la interpretación del niño (Roger Príncep) y de Geraldine Chaplin en su corto papel de médium arrugada. El vetusto caserón en un entorno frío, lluvioso, acerado y sobrecogedor y la presencia de niños con deficiencias varias suscitan de por sí cierto temor en los espectadores. Los chirridos de goznes, los portazos, los crujidos y las cacofonías sobraban. A estas alturas resultan recursos frívolos y manidos. Belén Rueda aparece en el 95 por ciento de la película. Sus 42 años maravillosamente llevados, su belleza, su estilo, la profundidad de su mirada azul y su nueva casta de actriz dramática son motivos suficientes para salir con una sensación que dulcifica y atempera todos los anteriores sinsabores expuestos. Por supuesto, le deseo todos los galardones del mundo. Y, en cuanto al director Juan A. Bayona, hay que reconocer que para tratarse de su ópera prima, no está nada mal. Creo que tiene futuro porque no le van a faltar oportunidades.
Excelente crítica de la película "El orfanato". No la he visto todavía, pero la veré, aunque sea en casa. Soy un defensor del buen cine español - hay muy poco - y también admiré a Belén Rueda en "Mar adentro". Estoy contigo en lo de la contaminación de las costumbres americanas en nuestro cine. Lo malo es que Estados Unidos está invadiendo también nuestra vida cotidiana. ¡Qué lástima!
ResponderEliminar