Cap. II
Plácido y su inseparable Carolina acuden al encuentro habitual con Ramiro. El banco de siempre junto al Mercat provisional les está esperando. A Plácido le gusta, más que charlar, escuchar a los que hablan y tienen cosas que contar. Y nadie como Ramiro para satisfacer estos deseos. Ha tenido un vida salpicada de episodios divertidos y siempre se agradece compartirlos. Una de las pocas ideas que Ramiro repite hasta la saciedad es que los taxistas de Barcelona son muy diferentes a los de Madrid: mientras que aquí conectan las emisoras de Luis del Olmo y de Justo Molinero, los de Madrid acostumbran a escuchar al “voceras” de la COPE. Todos saben de quién habla. Algunos de sus contertulios no captan estas sutilizas. No es el caso de Plácido que sí las entiende y se divierte con estas anécdotas. Otra cosa que a Ramiro le jo...roba y mucho es el color amarillo y negro de los taxis de aquí, que si no se repintan del todo no hay quien los venda de segunda mano. Plácido, en cambio, prefiere dejar sus cosas de lado. Mantiene un mutismo total sobre lo suyo. Aquello ya pasó. Él, a su pesar, sobrevivió a aquel lance y hay que mirar hacia delante. Ramiro le distrae ocasionalmente, pero ha sido Carolina la que le ha dado fuerzas para superar ese triste episodio que le condujo a la soledad y a la silla de ruedas. Cuarenta y cinco años de bedel en un prestigioso colegio de la Bonanova también dejan la memoria llena de recuerdos y vivencias, pero Ramiro prefiere dejar todo atrás porque no sabe separar los buenos de los malos recuerdos. El también podría contar muchas anécdotas de aquel colegio -¿lo he nombrado?- como aquella que sucedió cuando se “cargaron” a Carrero Blanco: unos religiosos de la comunidad de edad madura rezaban por el alma del difunto y los más jóvenes de la misma comunidad brindaban con champán – lo de cava vino después - discretamente, eso sí. Si él hablara... Un colegio de más de 3.000 alumnos da mucho de sí.
Es mejor dar carpetazo a los recuerdos, él sobrevivió a aquel trance y hay que mirar hacia delante. Le costó aceptarlo, pero al final accedió. Sus hijos que ya le han dado tres nietos, por esos mundos de Dios pasando alguna que otra penuria, le aconsejaron que buscara a una persona para que se ocupara de él. Y tras dos experiencias negativas llegó Carolina.
Carolina es como una especie de ángel hecho mujer. De altura normal, lleva los tejanos y la blusa muy ceñidos. Pecho generoso y altivo. Ojos negros de mirada dulce y profunda. Pero lo que más les seduce a Ramiro y a Plácido es el tono musical de su voz, la suavidad de sus manos y el cariño con que los trata, sobre todo a Plácido, claro. Carolina está pendiente de él en todos los detalles. Conduce la silla de ruedas con sumo cuidado, la gira a un lado y otro para que pueda contemplar tal o cual escena, le lía un cigarrillo muy fino a la antigua usanza y le advierte que debería dejar el tabaco. Pero lo dice con tanto afecto que casi dan ganas de pedirle otro para recibir la misma cariñosa amonestación. Carolina se desvive por Plácido, le seca una lagrimilla furtiva con un clínex, le recuerda que mañana tienen que ir al CAP para renovar las recetas y le pasa la mano por la mejilla como si comprobara el rasurado que ella misma le ha hecho. Desde que está con esta mujer, que podría ser su hija, lleva la ropa impecable. Le ayuda a incorporarse de la silla de ruedas para sentarse en el banco diciéndole que se agarre a su cuello. Plácido lo hace con timidez y un tanto turbado, pero no oculta su agradecimiento. Sin duda, Carolina es un ángel. Ramiro contempla estas escenas un tanto pasmado, pensativo, con cierta envidia, sana, claro está. Casi sin querer se le escapa una exclamación: "¡Qué suerte tienes , compañero!" Y añade, medio en serio medio en broma, dirigiéndose a Carolina:
- Si algún día te cansas de este viejo amargado, ya sabes que puedes ocuparte de mí y en mi casa serás bien recibida. Además yo no te daré tanta guerra como Plácido. Soy de mejor conformar.
- Tendrás que esperar a que yo me muera –le contesta Plácido, sonriendo- y de momento no pienso hacerlo.
Carolina se ríe y piensa que son como niños. Ramiro es más joven que Plácido, pero eso nunca ha sido obstáculo para tener unos estrechos lazos de amistad. Suena el móvil de Carolina y con cierto nerviosismo se aleja de ambos para atender la llamada. Ramiro refleja en su mirada una cierta preocupación por los pensamientos que de vez en cuando le asaltan. Carolina, todavía pendiente de los dichosos papeles, lleva dos años con Plácido. Apenas sabe nada de ella. Únicamente dijo en cierta ocasión que su familia vivía en un pueblecito cerca de Sucre en el Departamento de Chuquisaca allá en Bolivia. A veces, tanto Ramiro como Plácido tratan de escuchar la conversación. “Yo diría que habla con un niño”, aventura Ramiro, pero sin mucho fundamento porque su voz tan queda y lejana apenas resulta audible. Carolina es muy discreta y celosa de su intimidad, por eso nadie le pregunta por su vida porque ya ha demostrado en más de una ocasión que rehuye ese tema. A veces está un tanto ensimismada, pero en cuanto percibe que la observan, desconecta y sonríe. Plácido nunca había estado tan bien atendido como ahora. Va hecho un primor y se le nota feliz, muy feliz.
EPÍLOGO:
Plácido y su inseparable Carolina acuden al encuentro habitual con Ramiro. El banco de siempre junto al Mercat provisional les está esperando. A Plácido le gusta, más que charlar, escuchar a los que hablan y tienen cosas que contar. Y nadie como Ramiro para satisfacer estos deseos. Ha tenido un vida salpicada de episodios divertidos y siempre se agradece compartirlos. Una de las pocas ideas que Ramiro repite hasta la saciedad es que los taxistas de Barcelona son muy diferentes a los de Madrid: mientras que aquí conectan las emisoras de Luis del Olmo y de Justo Molinero, los de Madrid acostumbran a escuchar al “voceras” de la COPE. Todos saben de quién habla. Algunos de sus contertulios no captan estas sutilizas. No es el caso de Plácido que sí las entiende y se divierte con estas anécdotas. Otra cosa que a Ramiro le jo...roba y mucho es el color amarillo y negro de los taxis de aquí, que si no se repintan del todo no hay quien los venda de segunda mano. Plácido, en cambio, prefiere dejar sus cosas de lado. Mantiene un mutismo total sobre lo suyo. Aquello ya pasó. Él, a su pesar, sobrevivió a aquel lance y hay que mirar hacia delante. Ramiro le distrae ocasionalmente, pero ha sido Carolina la que le ha dado fuerzas para superar ese triste episodio que le condujo a la soledad y a la silla de ruedas. Cuarenta y cinco años de bedel en un prestigioso colegio de la Bonanova también dejan la memoria llena de recuerdos y vivencias, pero Ramiro prefiere dejar todo atrás porque no sabe separar los buenos de los malos recuerdos. El también podría contar muchas anécdotas de aquel colegio -¿lo he nombrado?- como aquella que sucedió cuando se “cargaron” a Carrero Blanco: unos religiosos de la comunidad de edad madura rezaban por el alma del difunto y los más jóvenes de la misma comunidad brindaban con champán – lo de cava vino después - discretamente, eso sí. Si él hablara... Un colegio de más de 3.000 alumnos da mucho de sí.
Es mejor dar carpetazo a los recuerdos, él sobrevivió a aquel trance y hay que mirar hacia delante. Le costó aceptarlo, pero al final accedió. Sus hijos que ya le han dado tres nietos, por esos mundos de Dios pasando alguna que otra penuria, le aconsejaron que buscara a una persona para que se ocupara de él. Y tras dos experiencias negativas llegó Carolina.
Carolina es como una especie de ángel hecho mujer. De altura normal, lleva los tejanos y la blusa muy ceñidos. Pecho generoso y altivo. Ojos negros de mirada dulce y profunda. Pero lo que más les seduce a Ramiro y a Plácido es el tono musical de su voz, la suavidad de sus manos y el cariño con que los trata, sobre todo a Plácido, claro. Carolina está pendiente de él en todos los detalles. Conduce la silla de ruedas con sumo cuidado, la gira a un lado y otro para que pueda contemplar tal o cual escena, le lía un cigarrillo muy fino a la antigua usanza y le advierte que debería dejar el tabaco. Pero lo dice con tanto afecto que casi dan ganas de pedirle otro para recibir la misma cariñosa amonestación. Carolina se desvive por Plácido, le seca una lagrimilla furtiva con un clínex, le recuerda que mañana tienen que ir al CAP para renovar las recetas y le pasa la mano por la mejilla como si comprobara el rasurado que ella misma le ha hecho. Desde que está con esta mujer, que podría ser su hija, lleva la ropa impecable. Le ayuda a incorporarse de la silla de ruedas para sentarse en el banco diciéndole que se agarre a su cuello. Plácido lo hace con timidez y un tanto turbado, pero no oculta su agradecimiento. Sin duda, Carolina es un ángel. Ramiro contempla estas escenas un tanto pasmado, pensativo, con cierta envidia, sana, claro está. Casi sin querer se le escapa una exclamación: "¡Qué suerte tienes , compañero!" Y añade, medio en serio medio en broma, dirigiéndose a Carolina:
- Si algún día te cansas de este viejo amargado, ya sabes que puedes ocuparte de mí y en mi casa serás bien recibida. Además yo no te daré tanta guerra como Plácido. Soy de mejor conformar.
- Tendrás que esperar a que yo me muera –le contesta Plácido, sonriendo- y de momento no pienso hacerlo.
Carolina se ríe y piensa que son como niños. Ramiro es más joven que Plácido, pero eso nunca ha sido obstáculo para tener unos estrechos lazos de amistad. Suena el móvil de Carolina y con cierto nerviosismo se aleja de ambos para atender la llamada. Ramiro refleja en su mirada una cierta preocupación por los pensamientos que de vez en cuando le asaltan. Carolina, todavía pendiente de los dichosos papeles, lleva dos años con Plácido. Apenas sabe nada de ella. Únicamente dijo en cierta ocasión que su familia vivía en un pueblecito cerca de Sucre en el Departamento de Chuquisaca allá en Bolivia. A veces, tanto Ramiro como Plácido tratan de escuchar la conversación. “Yo diría que habla con un niño”, aventura Ramiro, pero sin mucho fundamento porque su voz tan queda y lejana apenas resulta audible. Carolina es muy discreta y celosa de su intimidad, por eso nadie le pregunta por su vida porque ya ha demostrado en más de una ocasión que rehuye ese tema. A veces está un tanto ensimismada, pero en cuanto percibe que la observan, desconecta y sonríe. Plácido nunca había estado tan bien atendido como ahora. Va hecho un primor y se le nota feliz, muy feliz.
EPÍLOGO:
Ramiro no puede evitar, y bien que le pesa, que de vez en cuando le asalten pensamientos como el de que no le importaría que Plácido se muriese pronto.
Una historia con tres preciosas, nostálgicas, tristes, alegres y bonitas historias dentro. ¡Cuántos casos como los de cada uno de los tres habrá así!
ResponderEliminarTe felicito , y doy las gracias, por haber tenido el valor de leer esta larga narración. Sólo por tus palabras, ya ha valido la pena.
ResponderEliminar¿Valor? Tú, o quieres más piropos o estás p'allá :-))))
ResponderEliminarMás bien estoy algo "p'allá". Por cierto, ¿qué quiere decir?
ResponderEliminar¿Estar p'allá o la historia?
ResponderEliminarA mí me ha recordado a una fabulosa película que me encantó llamada "Whisky", de Juan Pablo Rebella y Pablo Stoll; no se parece en nada, pero son iguales
;-)
La historia, digo.
¿Y p'allá?
ResponderEliminarPues lo contrario de p'acá :-)))
ResponderEliminarMil besos.