La vanidad es una forma de vanagloria. Es el afán predominante de ser admirado. La vanidad es el orgullo basado en cosas vanas. Y una cuestión son las cosas trascendentales – coto vedado para la mayoría- y otras son las vanas, mucho más asequibles para casi todos. Y alcanzar una cierta vanagloria en estas últimas supondría, creo, tener la condición más modesta entre los vanidosos. Un pecadillo, como mucho, leve. Y si ser vanidoso significa que te gusten los comentarios favorables de amigos y desconocidos, pues uno tendrá que admitir –con cierto rubor- que algo sí lo es... Ya sé que no es políticamente correcto decir esto, pero la suma corrección o presumir de ella, ¿no es otra forma de vanidad? A veces, incluso pienso que la vanidad sirve de aliciente, estímulo y empujón para intentar hacer las cosas bien y que, de paso, agraden a los demás y despierten cierto reconocimiento. El peligro, como siempre, está en que la alimentemos en exceso y no sepamos poner límites. Y aquí radica el problema: en dónde poner el límite, porque es cierto que hay vanidades y vanidad de vanidades...Uno se quedaría en las más modestas –como decía antes- pues hay espacios en los que no tienes absolutamente nada que hacer. Pero no encuentro fácil fijar tales límites. Supongo que en esta incertidumbre, lo más sensato será ser discreto para no caer en extremos ciertamente insoportables. A la vanidad desmesurada sólo le valdrán ferias, premios y críticas a doble página. Otro peligro son los falsos aduladores, pero estos sólo suelen engañar a los que se dejan y se engañan a sí mismos.
Otra manera de engañarse es asimilar la vanidad al orgullo y en este caso casi se convierte en virtud... Peor que la vanidad es la soberbia. El vanidoso es el que necesita saberse el mejor; el soberbio está convencido de serlo. Entre el vanidoso puro y el soberbio puro se halla toda la gama humana jerarquizada y el comportamiento que consideramos “asumible” es el equilibrio entre los dos, un punto ideal y, por tanto, inexistente.
Hay profesiones en las que, de alguna manera, la tendencia a la vanidad o a la soberbia suelen ser muy marcadas. Por ejemplo, las que tienen una relación directa con el público (el espectáculo, el arte, la política, la literatura, el deporte, el periodismo, etc,) en los que la tendencia al extremo es prevaleciente. Los hay que precisan reconocerse en el beneplácito y la lisonja de los demás, hasta llegar a situaciones enfermizas. Otros exhiben una soberbia fuera de límites y llegan a tal estado de prepotencia que se pierden.
Y haciendo referencia al modesto mundo del BLOG, me viene a la memoria una concisa y profunda entrada del Dr. Vitamorte – amigo virtual – titulada: “Sobre narcisismo. Bloggers” que decía así: “Claro que si tu objetivo es la fama y sólo buscas el éxito, puede ser que, como Narciso mueras en el espejo de tu propia pantalla. Esto ocurre cuando das prioridad al acto de comunicarse sobre lo comunicado, sobre el contenido. Puede ocurrir que comuniques por comunicar o que te conviertas en tu propio receptor. Entonces todo tu esfuerzo, tú mismo, te conviertes en espectáculo y consumo. La escena siguiente es el cansancio y el cierre del blog”.
El mejor remedio para evitar estos riesgos es un poco de realismo y clara conciencia de los limites. La vanidad lleva a creerse algo distinto a lo que uno realmente es. El vanidoso piensa que hace maravillas y se siente herido si los demás no lo valoran. Con un poco de vanidad, basta. Mucha, empalaga. Igual que las adulaciones...
El aplauso que importa y que de verdad satisface es el que proviene de nuestro interior, de la conciencia de la obra bien hecha. Pero algunos la tenemos tan estricta y exigente que tenemos que buscar en ese entorno afectivo lo que no hallamos en nuestras propias entrañas...Y aquí está la madre del cordero. Si nuestra conciencia nos diese un aprobadillo raspado, aunque fuera en voz baja, ¿tendríamos necesidad de buscarlo fuera? A veces, parecemos un poco mendigos de la adulación. Y me da cierta pena. Pero sin llegar al llanto, que conste.
Basta
ResponderEliminarGracias, Anónimo
ResponderEliminarLa verdad, que un poco de vanidad es necesaria. A ese mínimo yo le llamaría auto-estima y a partir de ahí hasta la soberbia en diferentes grados.
ResponderEliminarSólo haría una distinción, el vanidoso se cree bueno, en lo que sea, y el soberbio tiene necesidad de hacerlo patente aunque sea a costa de otros.
En cuanto a la entrada de hace unos días de nuestro Doctor Vitamorte (donde le descubrí a vd.)
acertadísima como todas las suyas.
Lúcida reflexión Luis Antonio.
El vanidoso es el que necesita saberse el mejor; el soberbio está convencido de serlo.
ResponderEliminarBuena reflexión, Luis Antonio, pero me quedo especialmente con esas palabras.
Como antes hablabas de la imaginación, también pienso que un poco de vanidad es necesaria, sin ella tampoco se podría vivir.
Para mí, peor que la vanidad y el falso-honesto halago, es la pretensión de que todo tiene trascendencia. En la vida y en el ocio se peca de eso. De que todo tiene importancia. Y al final todo es humo.
ResponderEliminarNadie puede vivir de la adulación. Y además no llena en absoluto. Ni siquiera satisface a los que realmente trascendieron y dejaron una obra para la posteridad.
Pero los halagos sinceros, si se toman solo como eso, no pueden perjudicar nunca.
Insisto, el error es la búsqueda de la trascendencia.
Si se priorizara sobre todo la parte lúdica, la de juego, no sería necesaria ninguna moderación. La desproporción viene por ahí.
¿Pretender la fama en un espacio de ocio y con una difusión limitada? Me suena a absurdo.
Para ello sería necesario acudir a otros espacios.
Lugares en los que árbitros objetivos y expertos -que esos sí no buscan divertimento alguno- pudieran dar la medida exacta de la calidad de lo creado.
Me solidarizo con la opinión de "anonimo", a nadie le amarga un dulce, pero si tenemos que estar esperando, como agua de mayo, la opinión de alguien, pues... mal va el asunto.
ResponderEliminarlo valioso es que te he leído...y lo vanidoso, que te deje un comentario para que lo sepas. Un poquito de cada cosa. Petons
ResponderEliminarA "Cristal100k" y Fermín Gámez: La “mesura” aplicada a la dosis de vanidad asumible parece lo ideal. El problema está en fijar los límites, ¿no?
ResponderEliminarA "Receptor": Estoy de acuerdo con Vd. en que ningún creador puede adjudicarse a sí mismo y a su obra esa pretendida dimensión trascendental. Y hasta dudo de que haya árbitros capaces de hacerlo. Creo que el tiempo y la huella que dejan esas obras en la memoria de sucesivas generaciones acaban dándoles o no esa pretendida inmortalidad.
A "Faroni": Lo mejor, sin duda, es no esperar nada. Hay que hacer las cosas por el placer de hacerlas sin esperar recompensa alguna...Y si ésta llega, pues sea bienvenida.
A "Mara y cuya": Yo creo que hasta son preferibles los comentarios adversos –educados, eso sí- que la indiferencia supina. Molts petonets, Susi.