A Leoncio siempre le han llamado por su nombre hasta que tomó una decisión que iba a cambiar su vida y su identidad. Una tarde cualquiera de otoño -eso sí que me consta-, mientras reposaba la comida, descubrió una incipiente protuberancia en la parte inferior del estómago que le produjo mucho desasosiego no exento de cierta alarma. Ahora comprendía la sonrisita guasona y un tanto sardónica de Maruja, su compañera de oficina. Había que remediar ese problema que podía ir a más hasta resultar irresoluble. A partir de ya, tomó la inquebrantable y drástica decisión de llevar una vida sana aunque hubiese que hacer lo indecible para conseguirlo. Leoncio podría tener una leve hinchazón abdominal, pero estaba sobrado de voluntad para combatirla.
No escamoteó medios ni militancias: naturista, vegetariano, fanático del reciclaje ecológico, ejercicio físico, vida asexuada, ayunador impenitente... No descartaba dejar el trabajo, si era necesario, para llevar una vida anacoreta con profundas meditaciones que le permitiera alcanzar el objetivo que se había trazado. Incluso participó en una campaña de una liga antitabaco, siendo uno de los apóstoles más destacados por su beligerancia. Tras una temporada aplicado en estos menesteres tan saludables, a Leoncio se le añadió el apelativo de “el Tirillas”. En la oficina Maruja le dirigía miradas conmiserativas. Señal de que estaba en el buen camino. Sus renuncias estaban siendo recompensadas. El único exceso que se permitía los sábados – seguía siendo humano - era tomar con no poca delectación un “desgraciat” (1). En una fecha tan señalada como la de su onomástica cometió el exceso - un día es un día - de tomar hasta dos. Tras casi dos años de vida casi ascética a base de privaciones y militancias en entidades que hacían de la vida sana un apostolado, decidió hacer un paréntesis reflexivo para verificar si estaba o no llegando a la meta anhelada. A estas alturas de la contienda, a nuestro abnegado personaje sólo le denominaban ya con el apelativo de “el Tirillas”. De seguir así, iba a perder hasta el apelativo porque lo de Leoncio había pasado a mejor vida. Pues bien, decidido a llevar a cabo ese alto para ver a dónde le había conducido este largo peregrinaje por las autovías de la salud y del bienestar vital, “el Tirillas” bajó la vista hacia su estómago con cierto temor y descubrió algo que le dejó anonadado, espantado, perplejo: había desaparecido la única “felicidad” de su vida, la de su “curvita”...
No escamoteó medios ni militancias: naturista, vegetariano, fanático del reciclaje ecológico, ejercicio físico, vida asexuada, ayunador impenitente... No descartaba dejar el trabajo, si era necesario, para llevar una vida anacoreta con profundas meditaciones que le permitiera alcanzar el objetivo que se había trazado. Incluso participó en una campaña de una liga antitabaco, siendo uno de los apóstoles más destacados por su beligerancia. Tras una temporada aplicado en estos menesteres tan saludables, a Leoncio se le añadió el apelativo de “el Tirillas”. En la oficina Maruja le dirigía miradas conmiserativas. Señal de que estaba en el buen camino. Sus renuncias estaban siendo recompensadas. El único exceso que se permitía los sábados – seguía siendo humano - era tomar con no poca delectación un “desgraciat” (1). En una fecha tan señalada como la de su onomástica cometió el exceso - un día es un día - de tomar hasta dos. Tras casi dos años de vida casi ascética a base de privaciones y militancias en entidades que hacían de la vida sana un apostolado, decidió hacer un paréntesis reflexivo para verificar si estaba o no llegando a la meta anhelada. A estas alturas de la contienda, a nuestro abnegado personaje sólo le denominaban ya con el apelativo de “el Tirillas”. De seguir así, iba a perder hasta el apelativo porque lo de Leoncio había pasado a mejor vida. Pues bien, decidido a llevar a cabo ese alto para ver a dónde le había conducido este largo peregrinaje por las autovías de la salud y del bienestar vital, “el Tirillas” bajó la vista hacia su estómago con cierto temor y descubrió algo que le dejó anonadado, espantado, perplejo: había desaparecido la única “felicidad” de su vida, la de su “curvita”...
(1).- Supongo que en castellano hay algún término para referirse a este sano brebaje, pero como no lo sé o no me viene a la memoria, lo expreso en catalán: “desgraciat” es un cortado hecho a base de tres complejos “energéticos” tales como café sin cafeína, leche desnatada y sacarina.
¿Y el desgraciat no se rebaja con agua? ¡Qué pecado! XDDDD
ResponderEliminarNo hay nada como la curva de la felicidad. En los hombres; en las mujeres no queda tan bien... pero es otro paso que tenemos que dar para lograr la igualdad :-)
Muy buen relato Luis Antonio, real como la vida misma!!!
ResponderEliminarQue pena de vida, que los demás condicionen tu vida por tener una excipiente tripita de salud!
Pero actualmente donde el prototipo tanto de hombre como de mujer es ver ¡palitos andantes! es un hecho escuchar pedir en cualquier cafeteria "un desgraciat si us plau" (claro no con estas palabras)
Besitos mi querido maestro.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarUna hermosa variante de aquel poema de Rosalía:
ResponderEliminarUnha vez tiven un cravo
cravado no corazón
e eu non me acordo xa se era
aquel cravo de ouro,
de ferro ou de amor
Soio sei que me fixo un mal tan fondo
que tanto me atormentou
que eu día e noite sen cesar choraba
cal chorou Madalena na Paixón.
“Señor, que todo o podedes
-pedínlle unha vez a Dios-,
daime valor para arrincar dun golpe
cravo de tal condición”.
E deumo Dios, e arrinqueino
mais…¿quen pensara…? Despois
xa non sentín máis tormentos
nin souben que era delor;
souben só que non sei qué me faltaba
en donde o cravo faltou,
e seica, seica tiven soidades
daquela pena…¡Bon Dios!
Este barro mortal que envolve o espírito
¡quen o entenderá, Señor…!
Lo del "desgraciat" es muy curioso y muy "plástico"
ResponderEliminarEs que perder esa curvita... tiene tela. Y sobre todo, perder una curvita que tiene ese nombre añadido de "felicidad" es casi como un estropicio que se le hace a nuestra propia naturaleza. Casi como un anatema.
Así que "desgraciat"???...gracias por ampliar mi vocabulario, esto no lo aprendería en mi clase. Ay, no puedo con dos abstinencias, ya es suficiente con la del tabaco, así que marche un suculento capuccino con medialunas.
ResponderEliminar¡Cómo se enriquece el vocabulario!
ResponderEliminar"Desgraciat" en este caso una palabra vale más que mil imágenes. Creo que nos podemos aplicar el cuento si encontramos la moraleja.
Desgraciados se llaman aquí también en los cafés de los que tienen carta (cartita) con las descripciones de las mezclas de los brevajes.
ResponderEliminarLa moraleja es buenísima y, si me lo permitís, o si me lo permite Luis, mejor dicho, me gustaría abrir un debate sobre el tema subsiguiente (se dice así, ¿no?) a que nos lleva el cuento.
En esta sociedad que idolatra tanto el físico y se olvida de lo psícico, de la inteligencia, de la formación, los más razonables y avanzados piensan que el físico no importa tanto ya que es un don, pero digo yo: ¿no es acaso la inteligencia también un don, y tan perfectible (que perfeccionable no existe, que lo sé gracias a Julián Marías en un artículo hace muchos años de aquellos que escribía de cine en el suplemento del ABC que compraba mi padre y que yo no me perdía -su artículo, claro-) y mejorable como el aspecto físico?
Y, por otra parte, ¿por qué esta sociedad está tan mediatizada a través del sentido de la vista, con las imágenes de la tele, los anuncios, las películas, la moda, que sólo nos entra eso como si viviéramos en un anuncio permanente, sin importar el significado? Y aquí rememoro a Simon y Garfunkel, cuando cantaban aquello de Wish I was a Kellog's Conrflake, living in my bowl taking movies...
(Huyyyy, qué mal estoy hoy :-)))
Floating, era floating, perdón.
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=FXVhN6zgVJM
Si consideras, Luis, que es salirse del tema, lo llevo para mi blog; tú ordena y manda que tus deseos son órdenes para mí, y al revés ;-)
A Fauve: El problema, de hecho, lo plantea Maruja que primero mira con sorna y después con pena. Indudablemente, y es un problema muy común, Leoncio carece de personalidad. Por supuesto, estimada Fauve, puedes seguir con el tema “subsiguiente” porque no dudo de que vas a plantearlo con mucha gracia y no menos agudeza.
ResponderEliminarA Lisebe: No sé a quién hay que felicitar, pero el inventor de la palabra “desgraciat” merece ser académico...
Al Dr. Krapp: Me encanta Rosalía de Castro y traer a colación este poema ha sido un acierto de mucho nivel. Y qué bien suena el “galego...”
A Fermín Gámez: Para los poetas como tú resulta más fácil comprender la tragedia de perder una palabra como “felicidad”
A “mara y cuya!”: Bienvenida y bienhallada. Espero que también nos deleites con alguna expresión típicamente argentina sin esconder la esencia de su fonética.
A Faroni: Estoy seguro de que has captado perfectamente la moraleja. Pero permite que te diga que la palabra “desgraciat”, en este caso, tiene mucha gracia, ¿o no?