Casi cada comienzo de curso me viene a la memoria el recuerdo grato de un profesor que tuve en la Normal de Magisterio de una pequeña capital de provincias que presume de albergar los restos de los amantes: Isabel y Diego. Se llamaba Don Juan Pérez Cañete. Llevaba un guardapolvo gris oscuro con polvillo de tiza en las solapas y en las hombreras. A veces, hasta se descuidaba el borrador en uno de los bolsillos ya un poco descosido. Era entrañable. Nos decía una y otra vez, como si quisiera verificar el grado de nuestra vocación, que el maestro –entonces no se decía “profesor” ni “docente”- en su vida particular puede ser optimista o pesimista, pero como profesional de la enseñanza sólo cabía ser optimista hasta los huesos. De no ser así, lo más sensato sería que se dedicara a otra cosa.
Después de unos cuantos años deambulando por las aulas y en contacto con otras tantas promociones de alumnos de unas y otras edades y entornos sociales diferentes he hecho mío el principio de Don Juan Pérez Cañete. El maestro que no crea en que se puede enseñar, educar y desarrollar las capacidades de sus alumnos para alcanzar un grado de más o menos progreso, lo mejor es que oriente su profesión hacia otros derroteros.
Después de unos cuantos años deambulando por las aulas y en contacto con otras tantas promociones de alumnos de unas y otras edades y entornos sociales diferentes he hecho mío el principio de Don Juan Pérez Cañete. El maestro que no crea en que se puede enseñar, educar y desarrollar las capacidades de sus alumnos para alcanzar un grado de más o menos progreso, lo mejor es que oriente su profesión hacia otros derroteros.
A veces me pregunto, sin ánimo de pontificar ni simplificar, si una de las causas –entre otras, claro está- del actual clima de pesimismo que se respira en el mundo de la enseñanza pudiera ser eso: al que ejerce la docencia le falta fe en sí mismo y además tiene escaso apoyo del entorno social.
De lo que dices Luis Antonio, yo creo que tienes mucha parte de razón hoy a diferencia de antes, la docencia es un trabajo más no una vocación como lo era antes o así lo veo yo, que trato de vez en cuando y el entorno social respira de aquello que se le dá.
ResponderEliminarYo recuerdo que a mis profes. les llamaba Don o Dña, ahora no solo se ha perdido esto que relativamente no tiene mucha importancia siempre que se tenga el debido respeto, pero lo que creo es que también se está perdiendo ese respeto por la figura del profesor/ra y por tanto es imposible encontrar un equilibrio.
La falta de ilusión la lleva ya la carga social, y todo junto hace lo que vemos.
Besitos
Admiro su positivismo, Luis Antonio, pero creo que lo que está ocurriendo no es simplemente falta de desilusión.
ResponderEliminarEste es un mundo hostil para todo el que pretenda comunicar a los demás, si esa comunicación no está viciada por el sensacionalismo y la emotividad instántanea, palpable, superficial.
Pasa en el cine -a las mayorías sólo les interesa los efectos especiales o el gore más truculento- en la literatura -basta con echarle un vistazo a los best-sellers- y en el arte que sólo es noticia cuando alguien expone fotos o esculturas escandalosas.
¿Qué puede comunicar un maestro en una sociedad que se alimenta sólo de destellos y calambrazos?
¿Cómo vamos a exigirles a ellos, a vosotros, que defendais unos conocimientos y valores en los que ya nadie quiere creer?
Lamento mi radicalidad, pero es lo que pienso.
Las causas del clima actual son muchas y complejas. Yo sólo he evocado el recuerdo de un maestro cuyo "mandamiento" sigue vigente: creer en lo que se hace. En este caso, el ejercicio de la docencia. Eso era el optimismo para él. Y yo lo comparto incondicionalmente. Me cuesta aceptar expresiones cotidianas como ésta: "Con esta clase no hay nada que hacer".
ResponderEliminarUn abrazo, Lisebe
Supongo, Dr. Krapp, que queria decir "falta de ilusión" porque de lo otro hay mucho...
ResponderEliminarInsisto en lo que acabo de responder a Lisebe, pero como Vd. bien dice, el mundo ha cambiado y la pedagogía, la didáctica, los valores, los intereses, etc, tambíén. Y la escuela tiene que asumir el reto que exigen estos cambios.
Yo sigo siendo optimista, tras muchos años de experiencia, porque me gusta este trabajo, estoy enamorado de lo que pretendo enseñar y me agrada dialogar con los alumnos. Supongo que si me hubiera equivocado de oficio, no creyese en lo que enseño y me molestase la gente joven...SERÍA MUY DISTINTO.
Y aprovecho para decir que las noticias sensacionalistas que saltan a la prensa son excepcionales. Si fueran reflejo general de la vida escolar cotidiana no me expresaría en estos tésrminos.
Estoy contigo, Luis Antonio. Puede haber buenos o malos estudiantes, pero los capullos insoportables son poquísimos, y casi nunca la culpa es suya sino de unos padres que no saben ser padres. Ahora el respeto no es una condición previa sino algo que se gana con el trato; con el con-trato, más bien. Consecuentemente, ahora el trabajo es más duro que antes porque los alumnos no lo acatan todo sino sólo aquello que les parece razonable. Y aprender les sigue pareciendo, a la mayoría, muy razonable. A nuestro favor juega la biología: el hombre es un animalico que se cría siguiendo puntos de referencia y que no desdeña la jerarquía siempre que la entienda y le parezca beneficiosa.
ResponderEliminarSí, Luis Antonio, estoy contigo. Este trabajo es duro, pero es necesario. Los que propalan la idea de un mundo ingobernable, creo yo, en realidad se quejan de algo que no les gusta o que les cuesta mucho esfuerzo. Pero es que esto es así. Sería más cómodo inflarlos a castigos y a bofetadas y no permitirles que cuestionen ninguno de los caprichos del profesor, pero es que ellos, los alumnos, también han avanzado, afortunadamente. Otra cosa muy distinta es la pérdida general de responsabilidad que afecta a todo quisque, no sólo a ellos, y no sólo a muchos de sus progenitores.
Vengo ahora de clase y estoy cansado como si hubiera conducido una diligencia de veinte caballos jóvenes y enteros, pero creo que les he enseñado algo, y con eso basta.
Subrayo y comparto
ResponderEliminartu frase: "Otra cosa muy distinta es la pérdida general de responsabilidad que afecta a todo quisque, no sólo a ellos, y no sólo a muchos de sus progenitores."
Un saludo, Antonio, y gracias por el interés que te has tomado con este asunto.
Estoy totalmente de acuerdo contigo,Luis. Sin ilusión y sin optimismo la docencia se profesionaliza en exceso y puede ser hasta contraproducente, tanto para el profesor como para los alumnos. Yo he tenido maestros - o profesores - de todo tipo. Pero sólo recuerdo con cariño a unos pocos que me contagiaron de ilusión y de optimismo
ResponderEliminarDisculpe la errata, Luis Antonio.
ResponderEliminarPor favor, Dr. Krapp, ¿quién no las comete de vez en cuando? Si yo le contara...
ResponderEliminarA Josemarco: el "clima" que se respira en los centros escolares es fundamental. Si se impone el derrotismo y no se hace autocrítica, mal asunto. Lo fácil es lamentarse y culpar a los demás...Y qué decir del corporativismo...Me alegra comprobar que aún queda gente animosa y feliz con este trabajo. De verdad.
ResponderEliminarQue sí, Sr. Colega, que es una profesión maravillosa, que es algo que merece la pena ser vivido, que todos los días me levanto con la misma ilusión y me acuesto con la misma preocupación. Y llevó muchísimas promociones.
ResponderEliminarLeer esto no es un placer, es una alegría, Sr. MAESTRO.
Sr. Faroni: Me satisface muchísimo verificar que aún quedan personas enamoradas del trabajo docente. Esa es la mejor garantía de que lo desarrollarán con dignidad y competencia. Ahora mismo voy a visitar tu blog. Un cordial saludo
ResponderEliminarAsí es Luis Antonio, así lo siento.
ResponderEliminarSer maestra es de lo mejor que me ha pasado, y para mí es un auténtico placer.
Compagino mi itinerancia de apoyo en la escuela rural con mis clases a los futuros maestros y les digo exactamente lo que has escrito: ilusión... Si no crees en lo que haces, mal puedes ser "algo feliz" y mal puedes contagiar a los que te rodean. A más de uno le he aconsejado cambiar de carrera. Entran a Magisterio porque no les ha llegado la nota, porque es la salida "más fácil" de momento,pero a la larga les digo que si no tienen vacación (sin peyorativos), no serán felices.Ellos aún son jóvenes y tienen tiempo de ser buenos profesionales en lo que realmente les puede gustar...
Soy una enamorada de mi profesión.
Un abrazo maño.
No es "vacación" jajajaja, quería escribir VOCACIÓN.
ResponderEliminarDentro del panorama, en general, pesimista que se respira en el mundo de la enseñanza es agradable escuchar voces como la tuya, Mamen. Que tengas muchos exitos profesionales te desea tua paisano
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